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Lo negativo del pensamiento positivo

LO NEGATIVO DEL PENSAMIENTO POSITIVO
Al final de la extraordinaria película “La vida de Brian” hay una de las escenas más delirantes y acertadas que he visto nunca. Un montón de personas ajusticiadas y clavadas en la cruz intentan animar a Brian, el personaje principal, frente al terrible error que supone su condena a morir crucificado. Uno de ellos, un personaje que nos recuerda al buen ladrón de la Biblia, empieza a arengar al resto para decirles algo sobre las cosas buenas de su situación mientras Brian lo mira anonadado. La escena tiene un in crescendo donde todos entonan animosamente una canción titulada “Mira siempre el lado bueno de la vida” al tiempo que la cámara nos descubre un descarnado panorama con decenas de seres castigados a la crucifixión frente a una fosa común.
A día de hoy,  y siento que en esas estamos con todo lo que nos cae encima en la vida cotidiana,

pareciera que uno es tonto si no se ocupa de pensar en positivo.

Una horda de líderes inspiracionales, coachs y terapeutas positivos nos excomulgan si nos atrevemos a pensar en negativo. Hay que ser optimista, has de cambiar, enfermarás si piensas que te pondrás enfermo y, aún peor, crearás aquello en lo que piensas para arder en el fuego del infierno en la vida.

En pleno siglo XXI hemos llegado al fundamentalismo positivo.

Todo lo que no sea eso, nos aleja del éxito en la vida y nos convierte en seres dignos de morir en el cadalso.
La vida es óptima pero a veces duele como el diablo. Cuando uno está mal, no siempre se puede pensar en positivo. El pensamiento positivo, el optimista, nace….no se hace. Forzarse a optimizar una situación es la mejor manera de perpetuar el sufrimiento y a menudo es la peor de las maneras de salir de un pozo. En mi trabajo como psicólogo y psicoterapeuta he descubierto que hay muchísima gente que reacciona muy mal al ingenuo intento de pensar en positivo cuando el  miedo lo atenaza o cuando las circunstancias de la vida invitan a refugiarse en la cueva a lamerte las heridas.

Muchas personas entran en el grupo que denomino “Gente paradójica”, es decir, cuanto más intentan animarse a sí mismas, más se desaniman y cuánto más intentan controlarse, más se descontrolan.

Y es que, cuando el mal rollo va en aumento, nuestra estructura cognitiva se muestra irracional. ¿No lo crees? ¿Has intentado en vano no sentir miedo o que te caiga bien alguien que no soportas? Es probable que cuanto más te esfuerzas, menos logras tu objetivo y más empiezas a sentirte inútil. Llamamos a eso frustración.
La frustración aparece, sin duda, cuando comprobamos que nuestros esfuerzos por resolver el problema no funcionan y cuando vemos que no somos capaces de hacer aquello que hacíamos con niveles más bajos de preocupación o cuando no podemos seguir las indicaciones bienintencionadas de nuestro entorno. El pensamiento negativo aparece y permanece, a pesar de nuestros esfuerzos en no pensar. Es ahí donde podemos cambiar. Donde podemos reivindicar nuestras capacidades mentales y aprovecharlas a nuestro favor, es lo que llamo un “pensamiento eficientemente negativo” y dónde a pesar de la paradoja, el hecho de permitirse ser negativo nos lleva a un estado de bienestar.
En un tuit
1. ¿Quién ha dicho que para tener una buena vida hay que pensar en positivo? La humanidad ha avanzado porque muchos previeron todo lo que podía ir mal y se esforzaron en arreglar el mundo
2. ¿Intentas animarte y no lo logras? Tal vez es el momento de desanimarte voluntariamente. Siéntate en la penumbra y da lo mejor de ti mismo en pensar lo peor durante 30 minutos seguidos.
3. Avisa a los demás que eres el encargado del control de calidad. Cuando los ingenuos optimistas diseñen un proyecto diles que te autoricen a ver lo que falta o lo que no funcionará para que ellos encuentren nuevas soluciones, así hasta encontrar el proyecto ideal

 

El arte de la empatía

El arte de la empatía

En cierta ocasión pudimos ver una escena de esas que suceden de vez en cuando en el parque infantil.  Mientras nuestros hijos jugaban, uno de los críos que andaba por allí cayó desde lo alto de un tobogán. Al levantarse del suelo, se dio cuenta de que la sangre manaba de sus labios y se asustó mucho, llorando desconsolado. Todos corrimos a acercarnos para socorrerlo, y mientras el pequeño aullaba, se hizo un coro en que todos decían a una: “¡No llores, no es nada!” “¡Sólo es un poco de sangre!” La mamá del pobre crío, lloraba también, mientras abrazándole le gritaba: “¡Ay, mi niño!”. Todos nos esforzamos en ayudar, y sin embargo nos quedó la sensación de que tal vez no habíamos acompañado bien esa experiencia. ¿Le resultamos útiles para calmar su dolor? ¿Fuimos capaces de hacerle saber que comprendíamos lo que  necesitaba?
Al hablar de empatía todos evocamos el concepto de sufrir, de sentir aquello que el otro siente. La propia etimología de la palabra nos remite al concepto griego de pathos o sufrimiento. No obstante, algunas personas empatizan demasiado, llegando a estar sufriendo por los demás en la totalidad del tiempo, mientras otros ni siquiera son capaces de percibir cuando el otro se siente vulnerable o feliz. La empatía saludable nos permite participar de los sentimientos de los que nos rodean y congratularnos o dolernos con ellos para poder vivir en armonía con el entorno.

«LA EMPATÍA SALUDABLE NOS PERMITE PARTICIPAR DE LOS SENTIMIENTOS DE LOS QUE NOS RODEAN»

 

Acompañar a los demás y hacerlo bien puede permitirnos mejorar sensiblemente la calidad de nuestras relaciones, redundando todo ello en una mayor sensación de plenitud y autoestima. Nadie puede vivir solo, aislado de los sentimientos de los demás pero, cuidado, nadie debería vivir inmerso eternamente en la turbulencia de la emocionalidad propia y ajena.
Cuando la empatía duele
En las relaciones humanas saber compartir los acontecimientos vitales,  las crisis, las alegrías y las experiencias dolorosas de los demás forma parte del arte del buen vivir, es por ello que hay que estar atento a lo que sucede a nuestro alrededor. Lo cierto es, sin embargo, que para mucha gente este tipo de sintonía se convierte en una pesada carga. Son personas que son incapaces de establecer separación entre lo que les ocurre a los otros y lo que les pasa a ellos mismos. Sufrir en demasía por un hijo puede impedirle un crecimiento sano y padecer a todas horas por una pareja,  un familiar o un amigo, no suele ser eficaz en la resolución de las dificultades sino que además puede hacernos sentir desgraciados e incompetentes. Muchas personas que padecen dolores crónicos y depresión suelen comentar que se pasan la vida padeciendo por los demás. Por supuesto, como ya hemos dicho antes, es importante preocuparse por los que nos importan pero hay que saber prevenir cuando nuestra capacidad de compartir las emociones excede lo saludable y lo útil. Una buena pregunta a realizarse cuando nos damos cuenta de que estamos empatizando en exceso es la siguiente ¿Está colaborando mi malestar a que el otro se sienta mejor?
Cuando por empatía sentimos la angustia por lo que le sucede al otro, solemos abordar la situación de diferentes maneras, en ocasiones sermoneamos a la persona sin demasiado éxito, en otras, actuamos directamente realizando acciones que nadie nos ha pedido. La psicoterapeuta y experta en Constelaciones Familiares, Marina Solsona suele decir, en una afortunada analogía, que cada persona carga con su propia cruz. Entendemos la empatía como pretender arrancársela de sus manos para llevarla nosotros, sin embargo, en muy pocas ocasiones se nos agradece el hecho y menudo la persona resulta ofendida por nuestro “empático” intento de ayuda. Nuestra propuesta, pues, no es dejar de preocuparnos y ayudar a quién queremos, sino aprender a hacerlo más de manera más sana.
Prestar atención
Es más fácil decirlo que hacerlo, pero la primera etapa de la empatía saludable empieza prestando atención a aquellos que nos importan. Poner nuestra agudeza sensorial al servicio de nuestro interlocutor puede ayudarnos mejor a comprenderlo sin invadir su experiencia. Tenemos el hábito de “traducir” aquello que observamos en el otro a nuestro propio idioma y extraemos conclusiones de lo que ocurre en base a nuestras experiencias, historias personales y expectativas. Si lo que queremos es empatizar, no hay nada peor que pretender que los demás vivan las cosas exactamente como nosotros y que consecuentemente actúen como nos parece correcto. Observar, escuchar y dejarse sentir es el paso previo a un buen acompañamiento;  interesarse por el otro, preguntándole y mostrando interés puede ayudarnos a formarnos una idea más clara de lo que anda ocurriendo en la persona que nos interesa. Si un consejo dado nunca es seguido, es un primer indicador de que no estamos siendo suficientemente empáticos o que lo estamos siendo demasiado.  Lo ideal sería un enfoque curioso, de “no saber”, que nos permita calibrar aquello que la persona está vivenciando. Cuando somos capaces de poner nuestra atención sin actuar precipitadamente y sin enjuiciar, podemos abrir la puerta a una conexión de confianza que nos conduzca a la empatía genuina.

«CUANDO SOMOS CAPACES DE PONER NUESTRA ATENCIÓN SIN ACTUAR PRECIPITADAMENTE Y SIN ENJUICIAR, PODEMOS ABRIR LA PUERTA A UNA CONEXIÓN DE CONFIANZA QUE NOS CONDUZCA A LA EMPATÍA GENUINA»

 

El simple hecho de ser mirado desde esa perspectiva hace que la persona se sienta validada sin sentirse juzgada lo que redunda en una mayor posibilidad de comprender al otro.
La comprensión
La empatía podría ser definida como “el arte de que el otro se sienta comprendido”, aunque su arte no se basa tanto en comprender como de ser capaz de enviar señales inequívocas de que podemos entender lo que le ocurre al otro. ¿Quién no tuvo, en la infancia la sensación de nuestros padres eran incapaces de demostrarnos que nos entendían? Nos sentíamos frustrados y tal vez decíamos –No me quieren, no me entienden- por cosas que seguramente ellos habían vivido también.
Este es el sentido de la empatía, el de conectar con la experiencia de quién nos importa para poder crear un campo de comprensión entre ambos que le permita al otro encontrar la fórmula de cómo gestionar lo que le acontece. Poder admirar la cruz del ajeno para ofrecer un reconocimiento al que discurre con tan pesada carga. Esa, sin duda, puede ser una eficaz manera de ser empático.
Ponerse en segunda
En cada situación existen, por lo menos, tres posiciones de percepción. La primera hace referencia a mí mismo. ¿Cómo percibo lo que pasa? ¿Qué pienso sobre ello? La segunda posición, por otro lado, se refiere a cómo el otro vivencia la experiencia ¿Cómo es esta situación si soy el otro? En una tercera posición visualizamos como observadores lo que está ocurriendo. No es raro estar anclados a esa primera posición y cotejar la realidad desde nuestro punto de vista, es ahí donde puede resultar enriquecedor ponerse en segunda. En una discusión,  sería ser capaz de enfundarse en el papel del otro para experimentar la situación desde ahí. La empatía es una manera emocionalmente inteligente de usar este cambio de perspectiva. La asertividad, en cambio, es la capacidad de ponernos en la primera posición, es decir, volver a nuestro propio lugar. Una persona que domina la habilidad de colocarse en “la piel del otro” puede facilitar anticiparse a lo que el otro va a sentir y ser de gran ayuda en momentos de dificultad.

«LA PERSONA QUE DOMINA LA HABILIDAD DE PONERSE EN LA PIEL DEL OTRO PUEDE FACILITAR ANTICIPARSE A LO QUE EL OTRO VA A SENTIR»

También en los momentos de alegría y felicidad, poder experimentar la posición del otro nos garantiza acompañar la experiencia de manera más rica. No hace mucho, la pediatra que atendía a nuestro hijo le advertía, “la inyección duele, pero me parece que llorarás sólo un poquito” logrando que el pequeño soportara el pinchazo estoicamente y sin derramar una sola lágrima. En estos casos, ratificar la experiencia del otro permite dar lugar a un buen acompañamiento que facilite cualquier acción posterior. El mensaje es, a diferentes niveles, entiendo lo que pasa y valido cómo te sientes. Está bien sentirse así.
La empatía útil
Este es el punto crucial. Cuando nuestra angustia no mejora el estado del otro, ni tan siquiera permite al otro sentirse como se siente, es cuando hay que dar paso a la empatía útil. En una ocasión visitamos a una enfermera que había perdido un bebé recién nacido. Estaba muy deprimida y lloraba tristemente. Como tenía dos hijos más, uno de cuatro años y otra de dos, todo el mundo intentaba animarla. Le preguntaban cómo estaba y luego la aconsejaban –tienes otros dos hijos por los que deberías estar contenta y tirar adelante- le decían. Ese es un ejemplo poco eficiente de empatía. Si prestamos atención al otro, cabe darse cuenta de que la tristeza y la rabia son reacciones naturales en un caso así. Poniéndonos en segunda, probablemente nos demos cuenta de que el hecho de tener hijos no te restituye la pérdida del hijo que murió. La verdadera empatía nace con la idea de que la persona que sufre se sabe validada en su experiencia, de modo que decirle: “¿Cómo no vas a estar mal? ¿Qué saben ellos?” era una manera de expresar que comprendíamos lo que pasaba. Entre sollozos dijo: “No me han dejado llorarlo”. Poder hablar de ello nos permitió, con el tiempo, crear un ritual para ayudarla a seguir adelante al tiempo que podía despedirse de su bebé.
Esa es la base de la empatía útil, poder mirar  a la persona como a esa criatura que siente dolor y hacerle saber que, simplemente, está bien sentirse así.
En un tuit 1
Huir del consejo bienintencionado. El consejo suele pertenecer a nuestro modelo de mundo. En ocasiones nos angustiamos tanto con lo que le ocurre al otro que nos precipitamos. Recordemos que si la persona pudiera hacer de inmediato lo que le pedimos, no tendría los problemas que tiene. Ser paciente con los demás y respetar sus tiempos es un camino real hacia la empatía.
En un tuit 2
Practicar las diferentes posiciones de percepción. Practiquemos un par de veces por semana la siguiente propuesta: ¿Cómo sería mi vida si fuera él/ella? Es un ejercicio que no debe durar más que unos segundos. Por ejemplo, si tu hija se muerde las uñas, pregúntate ¿Cómo sería morderme las uñas? ¿Qué tiene eso de gustoso? Por el contrario, si has detectado que sueles “empatizar” demasiado, practica la propuesta siguiente, pregúntate: ¿Me sienta bien esto que pasa? ¿A quién se lo tengo que decir?

 

Hablando Claro con la Dra. Joanna Moncrieff

Entrevista a Jane Moncrieff
Joanna Moncrieff es una psiquiatra controvertida, hace unos años empezó a mover conciencias con su primer libro llamado «El mito de la cura química”. Durante este tiempo, la Dra. Moncrieff ha investigado con profundidad los estudios que se han realizado sobre los diferentes tipos de psicofármacos y ha puesto en marcha estudios rigurosos acerca de cómo estos medicamentos afectan a los pacientes. Los tratamientos y seguimientos que realiza con pacientes que padecen trastornos psicológicos la ha llevado a exponer sus teorías acerca de cómo la industria farmacéutica ha influido en el pensamiento de los médicos y los pacientes para poder aumentar y garantizar su éxito a la hora de vender sus productos.
Profesora de Psiquiatría en el University College de Londres, ejerce también la práctica clínica. Es fundadora y presidenta de Critical Psychiatry Network, entidad que agrupa a psiquiatras que se oponen al modelo biologicista tradicional y su enfoque de coacción sobre el paciente. A pesar de que puede parecer una mujer frágil, critica con determinación el uso excesivo de los medicamentos psiquiátricos y denuncia la influencia negativa de  la industria farmacéutica sobre los médicos y sus pacientes.
Ha visitado nuestro país con motivo de la presentación de su segundo libro publicado titulado: “Hablando Claro”. En él sigue explicando su visión acerca de los medicamentos psicoactivos y alentando a sus lectores a ejercer una opinión activa y crítica frente a la prescripción masiva de estos tratamientos. Aprovechando su presentación en el Colegio de Médicos de Catalunya, Cuerpomente la ha entrevistado para poder conocer más a fondo su trabajo y sus opiniones. La Dra. Moncrieff esuna mujer decidida y su mirada transparente nos indica que es una profesional comprometida con el bienestar de sus pacientes.
CM: Dra. Moncrieff ¿cómo le vino la idea de escribir este libro?
JM: Bueno, la verdad es que siempre he sido muy observadora y curiosa, ya cuando estudiaba medicina, durante mi residencia de psiquiatría, me daba cuenta de que algo no cuadraba entre lo que me decían mis profesores y los libros que leía y lo que observaba en los pacientes. La cuestión era que cuando los miraba, solía ver a personas que actuaban como zombies y me preguntaba si realmente eso era lo que pretendíamos ver como la cura de una enfermedad, todo eso me resultaba contradictorio. No veía a la gente curada, la veía aturdida.
CM: ¿Qué ocurrió entonces?
JM: Empecé a leer mucho sobre esto. Descubrí muchas cosas que relato en mi libro. Estudié artículos científicos e investigaciones sobre cómo los fármacos afectaban a las personas. Luego empecé a promover algún estudio con el que empecé a emitir mis propias opiniones.
CM: ¿Cuándo empezó a pensar diferente del resto de sus colegas?
JM: Ahora que lo pregunta, nunca me había detenido a pensar cómo empecé a prestar atención a esas cosas. Quizá al tener en cuenta el efecto placebo, comparando los resultados con el efecto placebo me sorprendí al ver que los resultados no estaban siendo demasiado significativos. Cuando tomaban los tratamientos veíamos cambios en los pacientes, pero no siempre eran los esperados. Por ello, empezamos a pensar que en realidad el fármaco provoca estados que son diferentes a los trastornos sobre los que actúan. No hacen aquello que se suponía que deben hacer. Según el pensamiento tradicional, el medicamento debía restablecer un equilibrio químico. Sin embargo no tenemos pruebas de que eso ocurra.
CM: ¿Entonces qué es lo que ocurría?
JM: Los medicamentos crean un estado diferente al que el paciente tiene. Si hacen eso, no podemos pensar que la persona tiene el trastorno, tiene otra cosa. Algo creado por el fármaco que no es la normalidad. Como consecuencia de esas observaciones cambiamos el foco de atención de la enfermedad a los efectos creados por el medicamento. Al hacer eso, todo cambió y nos dimos cuenta de que esos fármacos podrían ser perjudiciales.
CM: Los médicos prescriben a sus pacientes estos medicamentos argumentando que curan las patologías que sus usuarios padecen. Dicen que estos productos proporcionan al cerebro sustancias químicas de las que el cerebro carece. ¿El mito de la cura química?
JM: Si, Hay muchos médicos que dicen eso. Toma esta droga, dicen, puesto que tienes falta de serotonina o cosas así podemos presuponer que entonces la cura a través fármaco viene al restablecer el nivel de la química cerebral, sin embargo eso no funciona de ese modo. Para explicar cómo funciona, veamos, por ejemplo, el caso del alcohol. Es popularmente conocido que tomar un par de copas puede ayudar a una persona tímida a desinhibirse y poder mantener una conversación. En muchos casos, la persona tímida, puede sentir, tras tomar cierta cantidad de alcohol que es una persona mucho más interesante. Sin embargo, a nadie se le ocurriría argumentar que el alcohol cura la timidez, ¿verdad? El alcohol crea un estado alterado que “tapa” la dificultad, pero que puede generar problemas posteriores graves, ¿no cree?
CM: En ocasiones, la gente que toma estas medicinas, no se reconoce a sí misma ¿Pueden tener estos fármacos efectos indeseables?
JM: Si, por supuesto. Los psicofármacos afectan de muy diversas maneras al sistema nervioso de las personas. En ocasiones, esa afectación es mejor que el trastorno que la persona padece, pero en otras no es tan eficaz. Queremos decir que, el efecto del psicofármaco es la creación de un estado que se solapa con el del paciente, esa es la idea del modelo centrado en el fármaco. La pastilla genera un estado alterado que tiene ventajas pero que también puede tener grandes inconvenientes. La mayoría de los usuarios de estos fármacos no son conscientes de crean estados alterados. Algunos de ellos son tan tremendos que no justifican su utilización puesto que son peores que el propio trastorno que pretenden tratar.
CM: ¿Significa eso que los pacientes desconocen el impacto real de esos tratamientos?
JM: Es conveniente saber que muchos pacientes, cuando dejan de tomar esos productos es cuando se dan cuenta realmente de cuán alterado estaba su estado de conciencia mientras consumían el fármaco, y sienten un tremendo efecto de carencia del producto que se confunde con una recaída. Esta recaída justifica de nuevo el tratamiento con el fármaco. Se convierte en un bucle que puede ser pernicioso. La persona se siente mal, se le prescribe un tratamiento que crea un estado alterado de conciencia pero cuando deja de tomarlo, la persona sufre un efecto rebote, es decir, tiene un empeoramiento en su estado que puede ser causado por la carencia del fármaco. Esta recaída justifica de nuevo la utilización de fármaco, puede que hasta en mayor dosis, creando así la posibilidad de una cronificación.
CM: ¿Cuál es, entonces, el origen de este enfoque terapéutico?
JM: La industria farmacéutica tuvo mala prensa cuando la gente empezó a hacerse adicta a algunos medicamentos. Por ello tuvo que pensar en nuevas justificaciones que permitieran a la gente tomar medicación. Creó la gran idea de que tu cerebro carece de ciertas sustancias y que para poder subsanar el problema había que consumirlas. Sin embargo todo eso carece de fundamento, como demuestro en mi libro. No es cierto que, por ejemplo, una persona que está aquejada de depresión carezca de ciertos niveles de serotonina. No se ha demostrado que eso sea así. Lo que se ha demostrado en cierta manera es que tomando un antidepresivo la persona tiene un estado alterado de conciencia que se solapa con su depresión. Ese nuevo estado no podemos llamarlo depresión, pero tampoco es una recuperación completa e ideal. Tomar un antidepresivo no equilibra tus niveles de serotonina, solo enmascara la depresión.
CM: Entonces ¿No hay que tomarlos?
JM: No digo eso, en ocasiones el nuevo estado es más interesante que el anterior para el paciente. Por ejemplo, algunos tranquilizantes, pueden ayudarte puntualmente para sobrellevar situaciones. Pueden permitir que la persona enfrente el problema más eficientemente. ¿Por qué no tomarlos, si son útiles? La cuestión es en que el usuario de un producto como ése desconoce toda la información acerca de los efectos secundarios, el efecto rebote, o peor aún no se le ha dicho nada acerca del efecto que causará la retirada del fármaco si la persona se encuentra mejor, que en algunos casos es un puro síndrome de abstinencia.
CM: ¿Pueden provocar “adicción psicológica”?
JM: Por supuesto. Ése es uno de sus peores efectos. Las personas que toman medicación, por definición, empiezan a desconfiar de ellos mismos y de su capacidad para enfrentar situaciones sin ella. Algunos psicofármacos pueden convertirse en una falsa ayuda. La persona que, por ejemplo, enfrenta una reunión tomando una pastilla puede llegar a la conclusión de que sólo si consume ese producto puede enfrentar dicha reunión. Muchos estudios muestran que una buena psicoterapia puede ser de más ayuda que un tratamiento con psicofármacos.
CM: ¿Cómo ven sus colegas sus propuestas? ¿Tienen aceptación?
JM: Poco a poco voy dando a conocer los resultados de mi trabajo. Hay controversia y las opiniones son diversas. Muchos están en desacuerdo conmigo, pero algunos de mis compañeros psiquiatras se muestran interesados en privado pero suelo ser ignorada. Afortunadamente hoy en día, cada vez hay más profesionales comprometidos con nuestro enfoque y eso nos ayuda a estar esperanzados con el futuro.
CM: Imaginemos un escenario sin tanta medicación ¿Qué es lo que sugiere que podemos hacer con alguien con una depresión moderada, por ejemplo?
JM: Es importante contar con todas las personas que están involucradas, la familia, los médicos, pero lo que es crucial es encontrar lo que a esa persona le sucede. Cuando ponemos una etiqueta, como por ejemplo la depresión, convertimos a la persona en una foto fija. ¿Qué es lo que le pasa? Sin duda, ese es un trabajo esencial. Ayudar a un ser humano a ver qué es lo que tiene que mejorar o cambiar en su vida. Una pastilla no va a cambiarle la vida y sabemos que no va a devolverle ningún equilibrio químico. Necesitamos actuar con la intención  de hacer que la persona sea responsable de su vida.
CM: En el libro habla de dejar la medicación cuando no ha resultado útil o cuando hay una mejoría evidente ¿Usan en su centro algún enfoque especial para “desintoxicar” al paciente que ha sido tratado durante mucho tiempo?
JM: Cada persona tiene necesidades diferentes, tenemos pacientes que han precisado de meses, incluso años, y nos adaptamos al tipo de problema que tienen y pueden ser tratados de manera puntual. Por ejemplo, pacientes graves con esquizofrenia, deben de ser tratados con mucha delicadeza al retirarles la medicación y debemos estar pendientes de su evolución por si necesitan ser apoyados farmacológicamente durante un episodio de recaída. Sin embargo, es vital para nosotros estudiar cada caso para poder comprender que causa el trastorno de nuestro paciente para poder ajustar todo el tratamiento a cada individuo.

M: ¿Qué encuentran principalmente cuando estudian esos casos?
JM: Es increíble el número de personas jóvenes que visitamos que padecen trastornos importantes como resultado de un uso de drogas “recreativas” como el cannabis, las anfetaminas y sus derivados. Muchos jóvenes quedan atrapados en un tipo de trastorno grave como consecuencia de consumos de sustancias psicoactivas. La cuestión es que son tratados por fármacos tan potentes que pueden cronificar su situación. Los estados generados por este tipo de medicación son tan alterados que impiden que el paciente pueda hacer una vida normalizada. Tal vez, esta nueva situación permita a sus familias gestionarlo mejor, pero vemos muy a menudo como estos casos son empeorados con algunos de estos tratamientos.
CM: ¿Qué hay sobre los tratamientos naturales? ¿Qué tipo de experiencia tienen con ellos?
JM: Bueno, no tratamos a nuestros pacientes con un tratamiento específico. Lo más importante es que aprendan a llevar una vida saludable. Una revista como la suya, sin duda aporta información sobre como mejorar algunos aspectos de la salud. Una buena alimentación es vital, conseguir una vida libre de estrés y hacer actividades que permitan a la persona mejorar su autoestima. Esto, claro, depende de cada caso, y no tenemos una recomendación estándar, escuchamos a nuestros pacientes y los alentamos a tener una vida sana. Tener capacidades para gestionar la ansiedad es algo que se ha mostrado útil, practicar ejercicio y, sobre todo, encontrar actividades donde el paciente se sienta útil.
CM: Cuando hablamos de medicación y de trastornos hay que hacer un punto y aparte para hablar de los niños. Hoy en día todos escuchamos sobre los trastornos que aquejan a las criaturas, pero sobretodo parece que la hiperactividad y el déficit de atención van al alza. Los médicos intentan controlar estos trastornos pero ¿Cuál es su opinión sobre este tema?
JM: Bueno, no creo que en España sea muy diferente que en Inglaterra. No parece que los entornos escolares sean muy propicios para niños que sean muy movidos, dispersos o que puedan tener necesidades específicas. Intentar controlar a los niños dándoles anfetaminas no nos parece muy buena idea. La falta de flexibilidad del sistema educativo y la vida estresada de muchas familias son un potente caldo de cultivo para trastornos de este tipo. Necesitaríamos grupos más reducidos y mayor variedad de enfoques educativos, sin duda alguna.
CM: Un conocido psicólogo, experto en salud infanto-juvenil, suele decir que hay muchos críos que se curan en septiembre, con el cambio de profesores.
JM: Claro. Es una visión inteligente pero no hay que olvidar que la industria presiona mucho puesto que los tratamientos logran generar estados en los niños en los que los niños están quietos y atentos a las explicaciones. Debo decir, no obstante, que no hay evidencias de que la hiperactividad sea una enfermedad en estricto sentido de la palabra, por tanto hay muchos casos en los que se está prescribiendo un tratamiento que no es necesario y que causa muchas secuelas a las personas que los consumen.
CM: Pues parece que cada vez hay más trastornos que pueden diagnosticarse
JM: Esa es una estrategia de la industria farmacéutica. Equiparan un síndrome, que no es más que una agrupación de síntomas, a una enfermedad. Un síndrome de ataque de pánico, por ejemplo, no es una enfermedad. Creo que tiene que ver con un complejo de inferioridad de los psiquiatras.
CM: ¿Complejo de los psiquiatras?
JM: En el inicio de la psiquiatría no existían los fármacos y los trastornos mentales se trataban de manera muy rudimentaria, con internamientos en centros cerrados y terapias de choque. Eso consideraba la psiquiatría como una disciplina poco avanzada y casi policial. El diseño de estos fármacos y la creación de nuevos trastornos ha potenciado la percepción de la psiquiatría como una disciplina muy científica. Ha disparado la autoestima de los psiquiatras.
CM: Frente a este poder de la industria y de una visión como la que impera ¿Qué podemos hacer?
JM: Como titular periodístico podríamos decir que lo importante es saber que frente a la industria farmacéutica y el lobby médico el paciente tiene derechos. Sería ideal si los facultativos pudieran informar sobre las potentes drogas que prescriben. Informar sobre los efectos que cabe esperar de esa medicación.
CM: ¿Cómo podemos ejercer esos derechos?
JM: Debería existir un diálogo médico-paciente sobre las consecuencias a medio y largo plazo de esos efectos y  sobre los devastadores resultados del consumo de estas sustancias. Los pacientes y sus familias deben preguntar acerca de los fármacos y de cómo afectarán a sus vidas. No debemos olvidar tampoco las dificultades relacionadas con el hecho de dejar de tomar este tipo de fármacos y de cómo abandonar un tratamiento crea problemáticas que pueden ser confundidas con recaídas. Tomar psicofármacos es un asunto de gran importancia y debemos tener precaución y conocimiento antes de entrar en un tratamiento de este tipo. A todos nos gustaría poder dar con una pastilla mágica que arregle nuestro sufrimiento, pero no existe ese tipo de pastilla por el momento. Existe el sentido común de los profesionales y sus pacientes.

 

Joanna Moncrieff

Liberarse del enfado

LIBERARSE DEL ENFADO

Todos, en algún momento, hemos podido presenciar la pataleta de un niño. Sucede alguna cosa y la criatura no se sale con la suya. En ese momento se avecinan nubarrones y, tras un par de segundos, se pone rojo, llora y se encoleriza. Observando esa escena, podemos percibir como actúa la emoción, cómo estalla dentro y fuera del crío. ¡Cuánto poder! ¡Da la impresión de que puede destruir el mundo entero! Sin embargo, es probable que tras unos pocos minutos, el niño se distraiga y cambie de estado, pasando de la tormenta a la calma. Los pequeños tienen la capacidad de salir de un enfado en pocos instantes, habilidad que con la edad, parece que los adultos vamos perdiendo. No es raro que los mayores encontremos ocasiones para permanecer en el enojo mucho más tiempo, sintiéndonos mal y repitiéndonos una y otra vez en nuestra mente las situaciones que nos hacen sentir desairados. Pareciera entonces que permanecer enfurecidos sea una pena que debemos arrastrar, una experiencia que los demás deben conocer o, aún peor, una condena que debemos disimular mientras intentamos mostrar nuestra mejor cara sintiéndonos encrespados por dentro. En algún lugar o en algún tiempo aprendimos a retener el enfado, a mantenerlo vivo como aquellas ascuas que al recibir un buen soplo de aire, renacen para seguir ardiendo con mayor viveza. La relación que las personas tenemos con el enfado no deja de ser consecuencia de cómo se gestionó esa emoción en nuestro pasado, en nuestra infancia, y de cómo las familias enmarcan ese tipo de emociones, cómo las toleran y como las encauzan. Lo que hacemos con esas emociones que nos visitan de vez en cuando son es una responsabilidad que tenemos para poder compartir nuestras vidas y nuestros sentimientos. Así pues, podemos mejorar nuestra relación con el enfado y descubrir sus peculiaridades para poder estar mejor, pues cabe recordar que por cada minuto que permanecemos disgustados, perdemos sesenta segundos de felicidad.

La energía del enfado

El enfado es algo muy humano, es una alteración de nuestro ánimo que sobreviene cuando nos falla algo que esperamos, o cuando las cosas no son como pensamos que deberían ser. Podemos mostrar esta emoción de muy diferentes maneras: rabia, hostilidad, agresión contra alguien o como silencio amenazante. La clave del enfado es que nos paraliza, no nos da opciones para actuar creativamente y nos sume en la frustración de querer que el mundo, las personas y las cosas no sean como son. Prestando atención a lo que nos ocurre cuando nos enfadamos es posible que nos demos cuenta de que la cólera es como un invasor que logra que nosotros nos vayamos mientras dejamos la situación a merced de esa especie de “alienígena”. Un torrente de energía se apodera de nosotros de una forma muy tosca, poco humana. Podemos admirar este tipo de naturaleza en una rabieta, pero también en la carcajada de un niño. Y podemos verla en su mejor versión en las celebraciones espontáneas o en la sexualidad intensa. Este tipo de energía puede ser horrible y sin embargo, puede ser también preciosa a condición de vibrar con ella. Hacer que el enfado se transforme en riqueza dependerá de cómo consigamos dotarlo de presencia humana, es decir, de aportarle comprensión y dirección, igual que el jinete experimentado puede lograr que su montura galope en la dirección que él desea pareciendo un único ser.

¿Para qué nos enfadamos?

¿Cuándo fue la última vez que nos desairamos? Es muy probable que todos tengamos alguna experiencia fresca en nuestra memoria, de modo que no resulta difícil preguntarnos ¿Qué pretendíamos conseguir con ello? Según la Programación Neuro Lingüística, todos los comportamientos tienen una intención positiva. Esto quiere decir que buscábamos alguna cosa con ese enfado. Muchos de nosotros nos enfadamos al pretender que alguien nos haga caso y, sin embargo, ¡qué pocas veces conseguimos nuestros deseos a través de ese enojo! Lo verdaderamente curioso del caso es que, cuando vemos que con nuestro enfado no conseguimos esa atención, solo se nos ocurre algo que probablemente no va a funcionar: enfadarnos aún más. Stephen Gilligan, precursor de la terapia de las relaciones del self y autor del libro “La Valentía de Amar” insiste en la idea de que buscamos a través de nuestros comportamientos tres “tesoros” básicos: Ser queridos, ser aceptados y ser reconocidos,  puesto que esos son los tres regalos que todo bebé debería recibir al nacer; el oro, el incienso y la mirra que todos necesitamos en nuestra infancia. Es por ello que no siempre preguntarse el por qué del enfado es algo útil. Puesto que tenemos muchas respuestas para esa pregunta y además nos resulta muy fácil encontrar justificaciones a nuestros comportamientos, quizás preguntarnos el para qué nos enfadamos nos proporcione mayor comprensión sobre lo que nos está pasando. ¿Queríamos que el otro nos diera la razón? Ése es un tipo de reconocimiento. Si lo que pretendíamos era que nos abrazaran o nos mimaran es probable que levantando la voz y tensando el cuerpo con un rostro en el que expresamos hostilidad no sea la mejor manera de conseguirlo. La respuesta habitual cuando uno es preguntado acerca del para qué se enojó es la siguiente: Me enfadé para desahogarme, para sentirme bien. Sin embargo, el desahogo es una manera de gestionar el estrés, y cuando un niño se estresa, por ejemplo, suele aliviarse con el abrazo de sus papás. El escritor escocés Robert Louis Stevenson, autor de novelas tan famosas como La Isla del Tesoro, pone en boca de su personaje, el Dr. Jeckyll la frase siguiente: “Abrázame cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo necesito”. Tal vez, nuestras explosiones de mal genio busquen ese abrazo primal que no siempre tuvimos y que tantas veces necesitamos.

Mantener el enojo

El psicoanalista francés Jacques Lacan dijo en alguna ocasión que toda emoción que dura más de cinco minutos es teatro. Lacan nos prevenía del malestar que nos generamos a nosotros mismos y a los demás cuando en lugar de vivir la emoción dejándola seguir su propio ciclo, empezamos a realizar cosas para gestionarla. Para poder asimilar una emoción como la ira o el enfado hacemos cosas, que lejos de ayudar contribuyen a mantenernos en un estado negativo. El místico hindú Osho afirma también que la ira no es un fenómeno duradero por su propia naturaleza. La creatividad humana es tan grande que existen innumerables maneras de mantener y empeorar un buen enfado. Reconocer cuál es nuestro estilo nos permite conocernos mejor y saber, en principio, que podemos dejar de hacer para permanecer tan irritados.
Algunas maneras eficaces para mantener nuestra desazón son:
1. Crear falsas y elevadas expectativas acerca de las personas. Es decir, “enamorarnos” de la gente a primera vista y esperar que cumplan todos nuestros deseos.
2. Alimentar nuestras creencias negativas sobre nosotros mismos y estar convencido de que los que opinan diferente piensan que somos estúpidos.
3. Dejar de mirar lo que ocurre en realidad para prestar atención a las películas que surgen en nuestra mente, imaginar todo lo malo que pueda ocurrir, o cómo las personas pueden descarriarse si no nos hacen caso.
4. Pretender no sentirlo. Nada peor para enfadarse de verdad que intentar no hacerlo. Aguantarse o armarse de paciencia casi nunca funciona con la cólera.
5. Ser tan bueno como para no poder disgustarte nunca, o su variante más común ser bien educado y evitar las situaciones de conflicto.  En esas ocasiones solemos perder el control cuando queremos mantenerlo a toda costa, sin acabar de tener en cuenta que, casi siempre, evitar los conflictos los aumenta con lo que garantizamos el consiguiente enojo.

Seguro que existen tantas maneras de perpetuar el enfado como personas hay en el mundo, de manera que no deberíamos sorprendernos demasiado cuando vemos a alguien montar en cólera. Al contrario, quizás podemos darnos cuenta de que, como humanos, todos podemos caer en el círculo del mal genio.

Un río fluye a través tuyo

El maestro de la meditación tibetano, Chögyam Trungpa, acuño el término “punto tierno” para describir el aspecto principal de la presencia humana de una persona. Existen otros nombres para este punto, podría llamarse “alma”, “esencia” o el “centro” de un ser humano. La idea básica de este concepto es que todos podemos conocer esta presencia humana fundamental a través de lo que llamamos sensación sentida.  Evaluamos lo que nos ocurre a través de una sensación cuerpo-mente y la presencia de ese punto tierno es crucial para “sanar” algunas emociones negativas. Cuando estamos enojados, nos quedamos atrapados en formas de pensar y actuar muy dolorosas, y desde este lugar resulta muy difícil resolver el malhumor. No obstante, este dolor que sentimos en nuestro enfado forma parte de un despertar que no debemos negligir. Los budistas dicen que la vida atraviesa este punto delicado y nos ayuda a contactar con la propia bondad y la del mundo y el intento de ignorar esta llamada genera sufrimiento. Cuando sufrimos así, la vida no fluye a través nuestro y nos contraemos, tanto psicológica como muscularmente. El reto es el de dar la bienvenida a estas emociones que nos bloquean para darles la oportunidad de ser escuchadas y comprender lo que la vida nos ofrece. Aprender a centrarnos, respirar y aflojar nuestro cuerpo suele resultar de gran ayuda, aunque ello no nos garantiza que resulte agradable lo que nos esté sucediendo. En realidad, el arrebato que sentimos no hace daño si nos permitimos sentirlo, de ese modo la marea desaparece en muy poco tiempo. Sólo cuando le ponemos murallas es cuando ese río no puede fluir, estancándose y manteniéndose ahí.  También es bueno saber que muchos de nuestros aprendizajes más valiosos surgen de las experiencias que nos duelen. ¿Qué hacer pues cuando sentimos que empezamos a enojarnos? Tal vez un buen inicio sea aceptar nuestro enfado, darle la bienvenida y quedarnos a observar mientras esa energía crece dentro de nosotros. Como cuando abrazamos con amor a un bebé estresado, sabiendo que todo pasará. Abrazar nuestro yo enfadado al tiempo que le decimos suavemente, ¡Bienvenido! ¿Duele? Está bien, toma tu tiempo para que pueda pasar. El hecho de que podemos dar amor a esa parte de nosotros que está herida es un recurso curativo. Una experiencia que, con el devenir del tiempo, sana al mal genio.

En un tuit: El mal carácter tiene cura

Ser iracundo o tener mal genio no parece que sea una condición hereditaria, más bien nos hallamos ante aprendizajes que obtenemos de nuestro entorno o nuestra falta de recursos para lidiar con nuestros incendios emocionales. Ofrecemos aquí algunas ideas sencillas para lidiar con el enfado:
1. No esperes demasiado de las personas, ten expectativas realistas sobre la gente y de ese modo evitarás sulfurarte a menudo.
2. ¿Quién ha dicho que las personas tienen que ser como nosotros? Tal vez ofrecemos demasiado y los demás no pueden estar a la altura de ello, de modo que establecer con quién vale la pena esforzarse es un aprendizaje que nos ahorrará decepciones y enfados.
3. El humor es un recurso tan bueno o incluso mejor que la paciencia. Es frecuente encorajinarse cuando uno intenta ser demasiado paciente, no tomarse tan en serio a uno mismo en determinadas situaciones nos mantiene alejados del mal genio.
4. Aprende a detectar cuando empiezas a enfadarte. El psiquiatra Allan Santos, autor del “Libro Grande de la PNL”, suele decir: “Hay que acabar con el Dragón cuando es pequeño”. Muchos enfados nacen días atrás, cuando olvidamos señalar algo que nos disgustaba en aquél momento.
5. Acepta que no eres “la alegría de la fiesta”, ser un poco malhumorado no es grave cuando uno es consciente de ello. Lo verdaderamente inaguantable para los demás es cuando, encima de tener mal humor, no te aceptas a ti mismo. Seguro que entonces, garantizas un mal trago a los demás mientras te conviertes en un cántaro de bilis.
En un tuit: Una hora de felicidad

Olvidar el propio deseo es una de las causas más habituales del enfado. Por eso es tan importante aprender a recuperar nuestros gozos olvidados, esas cosas que nos conectan con nuestra satisfacción. Cuando nos olvidamos de nosotros, vivimos la vida de los demás, acumulando malestar que con el tiempo se convierte en ira. En demasiadas ocasiones nuestros sofocos son resultado de postergar cosas que queremos. Volver a practicar un deporte que nos gustaba, aprender un idioma raro, bailar o expresarse artísticamente, pueden ser maneras de conectarse de nuevo. Cada persona puede encontrar un recurso diferente, la idea es tener al menos una hora de felicidad al día. ¿Podremos afrontar este reto?
Bibliografía recomendada

La Valentía de amar.
Stephen Gilligan. Ed. Rigden Gestalt

Emociones.
Osho. Ed. EDAF

El libro grande de la PNL.
Allan Santos. Ed. Rigden Gestalt

Entrevista a Bernardo Ortín

CUENTOS QUE CURAN
Bernardo Ortín, Dr. en Filosofía, terapeuta y formador de Programación Neuro Lingüística, es autor de uno de los libros con más éxito en el ámbito de los relatos terapéuticos. Su libro “Cuentos que Curan”, surgió como resultado de los talleres y cursos que sobre PNL, terapia y cuentos hipnóticos viene dando desde hace 20 años en su centro en la ciudad de Valencia. Cada año suele venir a la Ciudad Condal, invitado por el Centro de Terapia Breve de Barcelona para impartir sus enseñanzas a un nutrido grupo de terapeutas, educadores, y personas interesadas en esta especialidad.
Conversamos con Bernardo Ortín acerca de su trabajo, su libro y sus ideas sobre los relatos.  Este hombre, ocurrente y erudito, nos iluminó a lo largo de nuestra conversación salpimentando sus exposiciones con anécdotas y cuentos, dejando claro que él y su pareja, Trinidad Ballester, son grandes profesionales en el arte de curar.
Pregunta: Bernardo, eres filósofo y Trinidad es médico, ¿Cómo llegásteis a este mundo de los cuentos que curan?
Respuesta: Desde siempre nos interesaron los relatos. Trini y yo nos conocimos en un taller de escritura, ella pinta y escribe desde siempre interesándose por los cuentos desde la Medicina, desde su concepción integral de la salud. A mi, me fascina cómo las personas cambian, aprenden destrezas, comportamientos y emociones. Las historias me interesan como la herramienta de transmisión de saber más antigua del mundo. Hay dos grandes escuelas del aprendizaje profundo, una es la que entiende que el maestro, que es el que sabe, enseña al alumno que no sabe (educare) y la otra es la que defiende que lo que las personas necesitan saber ya está dentro de ellas, de modo que el maestro sólo debe dedicarse a extraer esa sabiduría (exducere). Por ejemplo, Sócrates, no enseñaba teorías, lo que hacía era preguntar cosas a sus alumnos para que ellos razonaran filosóficamente, y les contaba relatos y mitos acerca de las cosas que habían ocurrido por primera vez en el mundo. Los cuentos tienen capacidad de ordenar el mundo, de dar sentido a la existencia, es por ello que pienso que el interés por  los cuentos viene de ahí, de la posibilidad que tienen para instalar en las personas un modelo de mundo.

«LOS CUENTOS TIENEN LA CAPACIDAD DE ORDENAR EL MUNDO, DE DAR SENTIDO A LA EXISTENCIA»
P. Tenéis un centro terapéutico ¿Qué tipo de personas atendéis? ¿Quién asiste a vuestros talleres?
R. Trini y yo compartimos la consulta, ella ejerce la medicina y yo la orientación personal y familiar. Trini aborda cuestiones de higiene vital, de crianza y salud en general mientras que yo superviso la orientación personal, conflictos de comunicación, desórdenes existenciales y emocionales de nuestros clientes. Buscamos facilitar nuevos aprendizajes que resulten más adaptativos y creativos para las personas. A nuestros talleres acuden profesionales del campo de la educación, la psicoterapia, la salud y los servicios sociales, aunque están abiertos a cualquier persona que combine un interés de mejora en su desempeño profesional con el deseo de un juego de introspección que les ayude en su desarrollo personal.
P. Nos hablas de historias, héroes y hechizos, ¿Pueden los cuentos extrapolarse a la vida cotidiana de las personas?
R. La percepción que tenemos sobre nuestra existencia se despliega en dos planos, uno es práctico, concreto, mientras el otro es mítico y trascendente. Cuando tenemos un conflicto, una parte de nuestra atención se dirige al desarrollo concreto del problema: qué pasó, qué le dije, qué me dijo, causas y consecuencias entre otras cosas, sin embargo, otra parte de la imaginación se dirige a lo trascendente: piensa en las dificultades de comunicación en la pareja, en abstracto. De modo que combinamos lo que nos ocurre a diario con lo trascendente. En ese punto de fusión entre lo diario y lo eterno se sitúa la influencia del relato. Recuerdo un cuento breve de Kostas Axelos que dice: “Un padre y una madre centauros contemplan a su hijo, que juguetea en una playa mediterránea. El padre, se vuelve hacia la madre y le pregunta: ¿Deberíamos decirle que solamente es un mito?”
P. ¿Qué cosas puede aportar este trabajo a los profesionales de la salud?
R. ¿Qué buen médico no usa metáforas para hacerse comprender? La salud es una fuente inagotable de historias relativas a lo que suponen las enfermedades para el paciente, estos cuentos explican muchas veces lo difícil que es para los profesionales hacer su trabajo. Los médicos usan los relatos para que los pacientes se hagan cargo de su propia salud. En alguna parte oí un relato que a mi me suena a esto:
-Tiene usted la enfermedad de Liberman
-Y ¿Es grave, doctor?
-Todavía no lo sabemos…Sr. Liberman
P. ¿Cómo pueden curar los cuentos?
Los relatos pretenden desatascar una percepción rígida de la vida. Un conflicto existencial está constituido por el número de veces que hemos intentado solucionarlo sin éxito. Muchas veces hacemos una y otra vez lo que sabemos previamente que no funciona y eso hace cada vez más rígida la situación. Caemos en un hechizo que inaugura nuestro sufrimiento. Imaginemos que nuestro hijo en la pubertad no estudia. Le pedimos que lo haga, y si no lo hace, se lo pedimos otra vez, más alto, más claro, de diferentes formas, cada vez más amenazadoras. Le retiramos el móvil , Internet, dejamos de sonreírle y abrazarle…llegamos a amenazar la convivencia familiar y así construimos dos problemas: el de los estudios y el clima familiar. Para un caso así, podríamos explicar uno o varios relatos. Un cuento no es un manual de instrucciones, es una historia que pasó en otro lugar y que tuvo un desarrollo suficientemente rico y complejo como para no mostrar una sola vía. El cuento evita la confrontación con lo que piensa la persona ya que aparentemente no tiene que ver con lo que le ocurre a él. En los relatos, podemos manejar el tiempo. Por ejemplo, cuando un personaje viene del futuro a contar cómo acabó una tragedia para que el oyente pueda aceptarla mejor. Los cuentos nos ayudan a formular bien los objetivos, atemperar los deseos, nos alientan a seguir viviendo ante grandes dificultades. Como la historia de las ranas que cayeron en un balde de leche y patalearon sin descanso por miedo a ahogarse hasta convertir la leche en mantequilla. Así pudieron salir de ahí. Otros cuentos nos enseñan que el amor todo lo puede y otros, en cambio, nos pueden mostrar que el amor en sí no basta, que tiene que llegar a tiempo. Como dijo el genio de la lámpara maravillosa al querer matar a Aladino, cuando éste lo salvó de su encierro: -es que hace quinientos años que espero encerrado este rescate!
Lo importante del relato no es que acabe bien o mal, sino que deje al oyente en un estado de mayor vitalidad.
P. ¿Se pueden organizar talleres de relatos en hospitales o centros de acogida, maltratos, etc?
R. Por supuesto, y de hecho se organizan. Las metáforas terapéuticas se utilizan cada vez en más contextos e instituciones. Hay un impulso emergente en los profesores para recuperar los relatos como estrategia conversacional con los jóvenes. Muchos adolescentes que no aceptan un análisis psicopedagógico aceptan de buen grado proyectarse en las historias que salen de su mente. Equipos que trabajan con jóvenes inadaptados organizan certámenes literarios para que los chicos expresen sus emociones. ¿Sabías que ciertos programas de mediación intercultural inician sus talleres intercambiando recetas de cocina y los relatos de las distintas culturas que se sientan a la mesa a negociar? Podemos percibir una marea metafórica que se va moviendo en el campo institucional y social.
P. ¿Porqué elegir el camino de las historias para estar bien?
R. Empezamos a estar bien cuando somos capaces de relatarnos, de producir un relato sobre nosotros mismos, cuando podemos abordar nuestra biografía de maneras distintas. Esta configuración de diversos rostros es lo que nos cura. El Dr. Berne, creador de la escuela psicológica del análisis transaccional proponía a sus pacientes que escribieran un relato de su propia vida que empezaba con la siguiente frase: “yo soy una persona que de niño…” Lo importante no es que el cuento sea hermoso, sino que sea el adecuado para ti en ese momento. Uno de los libros de cuentos más bonitos es la Antología del cuento triste de Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs. Y es hermoso a condición que se lea en la época adecuada. Éste es un ejemplo del concepto de Sincronía de Jung: ¿Qué relato o cambio interior puedo abordar para que sea coherente con lo que estoy viviendo en el exterior? A veces elegimos historias hermosas y positivas   por que nos satisfacen y otras escogemos historias tristes y duras que nos calman en algún punto de la conciencia porque es lo que necesitamos en ese momento. El camino de estar bien mediante los relatos es el camino de la búsqueda de la totalidad.
P. ¿Qué podemos hacer frente al dolor, tanto de la mente como del cuerpo?
R. Las escuelas más eficientes defienden que lo más adecuado con el dolor y con el síntoma es atenderlo en vez de negarlo o rehuirlo. La idea es no pelear con él. La primera indicación del terapeuta será que relatemos el dolor, que le demos una forma, un color, una consistencia. Dejemos que se manifieste como si quisiéramos dejarle acabar un mensaje de amor inconcluso. Retomar el movimiento de amor interrumpido. Como en los relatos de terror gótico.  El Hada le dijo al protagonista: -Cuando aparezca el fantasma, no corras. Vuélvete hacia él, míralo a la cara, pregúntale quién es y qué quiere de ti.
Recuerdo un relato breve de Juan José Arreóla que dice: -La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones
P. ¿Te parece que la depresión y la angustia tienen que ver con la imagen que tenemos de nosotros mismos, nuestra identidad?
R. Si un ser humano del siglo diecisiete viviera con nosotros en la actualidad, moriría en pocas semanas. No dispondría del sistema  necesario para adaptarse a la actual velocidad vital. Se puede establecer un pronóstico bastante serio de depresión con personas que tienen procesos de ansiedad sostenidos durante ocho años. Estamos poniendo en riesgo nuestra capacidad de disfrute y satisfacción, en una época en la que hay más medios que nunca, los jóvenes pasan más miedo de hacerse mayores. No saben lo que esperamos de ellos y estos procesos conllevan la depresión como dificultad para producir sentido a sus vidas.
Podríamos entender la depresión como una llamada a la calma, un intento desesperado del inconsciente para que el anfitrión de la enfermedad detenga una vida desenfrenada. El sentido de la vida se basa en localizar su pulso íntimo. La vida es un pulso, un ritmo respiratorio.

«LA VIDA ES UN PULSO, UN RITMO RESPIRATORIO»

 

Las exigencias del entorno suponen un abandono de si mismo, del propio ritmo. El relato es un modo de ayudar a que la persona encuentre su camino de vuelta a casa. En muchos casos la depresión es una oportunidad para recuperar el camino de retorno al si mismo. Un modo de protagonizar tu propia biografía. No quitemos importancia al sufrimiento que muchas personas sienten, sólo creo que los relatos pueden ayudar a generar ajustes creativos a contextos vitales que nos parecen hostiles.
P. ¿Así pues cabría aprender a pensar en positivo?
R. No hay nada más difícil de resistir que una visión del mundo totalmente positiva. Una parte de nuestro inconsciente sabe que ahí falta algo, una pincelada negra, un aviso de peligro que nos ayude a mantener la alerta para defender la vida. Lo mismo ocurre al contrario, el pesimismo extremo no parece creíble. Cuando nos empeñamos en elegir una parte, negamos la otra y convertimos las paradojas de la vida en dilemas. ¿Debo someterme a la realidad o soñar una nueva? ¿O soy realista o idealista? Los cuentos nos proponen entretejer ambas cosas. Parafraseando a Shelley, necesitamos la facultad creativa de re-imaginar lo que ya conocemos. En definitiva poder ser cada vez una cosa, vivir en todos los mundos posibles. Caperucita Roja se hizo célebre porque escuchó la propuesta del lobo y se salió del camino. Quiso explorar el mundo manteniendo su estilo personal. Esta fusión de polaridades la catapultó a la fama.
P. ¿Cómo ves el problema de la soledad, la incapacidad de construir relaciones sólidas?
R. Uno sabe quién es cuando entra en contacto con lo diferente a si mismo. En las diferentes culturas de la tierra los cuentos sobre el origen de la humanidad se agrupan en dos tipos, por un lado están los que consideran que nuestro origen se halla en la primera herramienta. Por otro lado están los relatos que datan nuestro origen con el intercambio. La primera concepción se recoge en culturas donde predomina la jerarquía y la lucha por poseer la herramienta y en el segundo tipo de relato viene de culturas basadas en el grupo, en la colaboración y el reparto equitativo de poderes. Es posible que estemos bajo la influencia de la sombra del relato de la herramienta, estableciendo relaciones basadas en quién domina la situación y en quién puede ganar o perder en lugar de cooperar para conseguir un beneficio para todos.

 

 

En el mundo hay una inteligencia mayor que tú: Entrevista a Stephen Gilligan

Entrevista a Stephen Gilligan

«En el mundo existe una inteligencia mayor que tú».

Stephen Gilligan es un californiano de 58 años, doctor en Psicología por la Universidad de Stanford. Divorciado y padre de una hija de veinte años, suele decir que su paternidad le brinda la oportunidad de reorganizar constantemente su propia identidad.

Estudió 6 años con el psiquiatra y precursor de la hipnosis terapéutica Milton Erickson, y llena su discurso de anécdotas y referencias sobre él. Tiene una consulta en el sur de California cerca de la frontera con México aunque me cuenta que pasa 260 días al año compartiendo sus conocimientos por todo el planeta. Ha publicado muchos artículos científicos y varios libros, el último: «El coraje de amar», se está traduciendo al castellano y contiene sus experiencias acerca de su propio enfoque terapéutico que llama «Terapia de las Relaciones del Self».

Tras más de treinta años dedicado a la psicoterapia, propone que el amor es terapéutico y eso es lo que hace diariamente en su trabajo. Enseñar a las personas que el amor puede ser su cura. Sin embargo, no habla sólo del amor romántico, sino de un amor con mayúsculas que debiera impregnar toda nuestra cotidianeidad.

Cinturón negro de Aikido, un arte marcial cuyo nombre significa «El camino del amor universal», combina sus conocimiento de este arte de la lucha con las prácticas budistas y la hipnosis, disciplina que promueve en sus talleres. Esta fusión de diferentes prácticas le ha permitido desarrollar una nueva visión sobre las personas y sus relaciones. Proponiendo prácticas de meditación y autohipnosis, al tiempo que propone innovadores enfoques en la práctica de la psicoterapia. Nos dice: «Hay que trabajar para salir de nuestros estados alterados negativos de conciencia, en realidad, estamos siempre en un trance. Salgan de él si eso les maltrata a si mismos». Es un conversador locuaz y cuando te mira sabes que ama lo que está haciendo. Tuvimos ocasión de conversar con él en una de sus formaciones avanzadas:

Cetebreu: Stephen, gracias por atendernos y por compartir con nosotros tu tiempo, quisiera preguntarte, ¿Qué quieres decir cuando explicas que tenemos tres mentes, tres inteligencias?

Gilligan: Creo que el punto interesante es que tenemos diferentes maneras de experimentar el mundo, a mí me gusta repartirlas en tres áreas: Tú puedes experimentar el mundo en el cuerpo y a eso le llamamos la mente somática. Mucha gente trata el cuerpo como una máquina y no le presta atención, ni a la inteligencia que manifiesta su propio cuerpo. Podríamos decir que hay personas que andan desconectadas de esa primera mente. Claro, después tenemos otros aspectos que tienen que ver en cómo usamos nuestros pensamientos, nuestras verdades, nuestra inteligencia pensante. Intentamos ahí que las personas se den cuenta de cómo esa mente, que llamamos cognitiva, incide en la vida cotidiana para bien o para mal. La cosa curiosa es que estas dos mentes no siempre están colaborando. La mente somática y la mente cognitiva se hallan en un contexto más amplio que tiene que ver con la relación entre ambas. Llamo a este amplio contexto campo o mente relacional, y tiene que ver con un espacio mayor al de la propia mente humana. Esta mente relacional crea un espacio entre tus propios conflictos y el de los conflictos con los otros y con el mundo.

Cetebreu: Entiendo, sin embargo me cuesta imaginar eso en un plano más práctico ¿Cómo puede funcionar esto cuando alguien tiene problemas como el miedo, la tristeza, etc?

Gilligan: Bien, un profesional que conoce la idea de las tres inteligencias, debe prestar ayuda en las tres áreas, ¿cómo siente eso en el cuerpo? ¿en qué lugar del cuerpo se localiza eso? Existen muchas maneras de prestar atención a lo que el cuerpo de una persona está manifestando. Llegados a este punto, ¿cómo le hace sentir eso? ¿qué significado le da dentro de un infinito de significados que eso podría tener? ¿Cómo lleva lo que le ocurre? Se trata de ayudar a la persona que se queja a permitirse dar un nuevo significado y un nuevo lugar a lo que le está pasando. Acompañar a la persona en el proceso de estar curiosa acerca de lo que le está aconteciendo. La idea es que en muchas ocasiones la sanación se halla en la circunstancia de convertir a viejos enemigos internos en buenos amigos.

Cetebreu: Entonces ¿enseñas a tus clientes a hacer eso?

Gilligan: ¡Si, claro! Escucho a la persona y siempre hay muchas maneras de abordar lo que le pasa, una posibilidad es que yo pueda apoyar a la persona a aproximarse a su problema con mayor ternura y conectándola con sus recursos, con sus puntos mejores. Puntos que en muchas ocasiones parecen estar ocultos para la persona que vive con el problema. Si podemos hacer eso, muy buenas cosas van a empezar a ocurrir.

Cetebreu: Parece que eso permite que las personas cambien su manera de pensar, ¿Las personas pueden hacer este trabajo rápidamente? ¿Les lleva mucho tiempo?

Gilligan: Hace unos dias trabajé con una pareja. Ella sentía mucha culpa por cosas que le habían sucedido en el pasado, lo que le había llevado a una gran depresión. Investigué con ella a lo largo de una sesión de dos horas y pensamos en la manera en que ella podía poner a su familia y a si misma curiosa acerca de su depresión. Como si pudieran tocarla, para que todos pudieran percibir mayor ternura hacia esa depresión. Dos semanas después, ella me decía que había notado enormes cambios tras esa sesión. El punto crucial aquí es: ¿Qué tipo de relación estás teniendo tú con el problema? ¿Estás pensando que el problema es algo malo y que hay que eliminarlo? Hay que pensar sobre eso. Puedes cambiar tu relación con el problema y automáticamente éste parece transformarse en algo diferente, posibilitador. Tu experiencia alrededor de lo que está pasando va a cambiar.

Cetebreu: El budismo dice: «Lo que resistes persiste, lo que aceptas, se transforma»…

Gilligan: Si…

Cetebreu: Sin embargo, la aceptación no es fácil. Seguramente el camino puede ser doloroso para las personas que sufren.

Gilligan: Uno de los principios que suelo utilizar en la terapia de las relaciones del self es: «La vida es óptima pero a veces duele como el diablo». (Ríe) Una de las cosas que impide el cambio o la curación es el deseo de no sufrir. A veces hay que sufrir, simplemente. Cuando perdemos un ser querido, por ejemplo, ¿Puede alguien no sufrir? No podemos luchar contra eso. Duele. Pero ese dolor puede ser bueno. Y seguramente la curación está en algún lugar más allá de ese sufrimiento. Ese recorrido no es malo, enriquece a la persona.

Cetebreu: El problema entonces es que la gente pelea en contra de lo que le ocurre ¿es eso?

Gilligan: Así parece. Me gusta decir que la vida se mueve a través tuyo excepto cuando no lo hace. Parece una obviedad pero olvidamos esta premisa. En principio la vida fluye a través de ti. No hay que forzar nada, en realidad cuando tratas de forzar la vida es cuando las cosas se complican. Te olvidas de ti y empiezas a buscar en otro lugar. Pienso en la historia de Nasrudín, el sabio loco de la cultura sufi, que busca las llaves bajo una farola en la noche. No las ha perdido ahí, pero bajo la farola hay más luz. Eso sucede cuando perdemos nuestra conexión con nuestro centro.

Cetebreu: Titulas tu libro: «El coraje de amar». ¿Puede el amor cambiar la visión de la vida de alguien que tiene problemas? Realmente ¿hace falta coraje para amar?

Gilligan: Desafortunadamente la gente piensa que el amor es un estado sentimental que nos ocurre de vez en cuando. Si eres padre, por ejemplo, piensa en tus hijos. Piensa en una manera de desarrollar tu habilidad para amar. Para ser tierno, cuidador y a la vez ser firme y estar presente. Como cuando sujetas un pájaro. Decía el actor Errol Flynn cuando era preguntado acerca de su habilidad como espadachín teatral que su destreza con el sable provenía de su habilidad de sujetarlo. «Ni demasiado fuerte, ni demasiado flojo» como sujetar un pajarillo. En las habilidades que surgen como padres, están la del amor fuera de toda duda. Mi hija, en plena efervescencia adolescente, cometió un error: «Papá» –me dijo- «¿me seguirás queriendo?». Pensé entonces que nada podía hacer para dejar de quererla. Y quise decírselo. «No hay nada que puedas hacer para que yo deje de quererte, pero ahora estoy enfadado, cariño». Cuando alguien tiene una dificultad, una enfermedad, es bueno saber que el amor le puede permitir reconectarse. El amor es una habilidad humana. Es una habilidad madura. Hay que entrenarla, practicarla y eso puede requerir de mucho coraje en algunas ocasiones.

Cetebreu: Es un concepto que puede resultarle chocante a algunas personas, el amor como habilidad que hay que desarrollar…¿cómo explicarlo?

Gilligan: Una de las cosas iniciales con las que trabajo es lo que llamo el proceso de centramiento. Por ejemplo: Cuando una pareja discute ¿dónde están poniendo la atención? Uno de los dos apunta al otro con el dedo y levanta la voz. El otro, como respuesta, pone el cuerpo tenso y mira a su pareja con rabia o miedo. Cada miembro de esa pareja está poniendo la atención en el otro. La atención funciona como un puntero del ordenador. Puedes moverla para cualquier sitio que desees. La alternativa es pedirle a cada una de las personas que pongan atención en su propio centro. La atención para adentro, respirar profundamente y llevar la atención a su abdomen. Responder desde ahí. desde esa percepción sentida del centro. Por eso digo que el amor es una habilidad aprendida y que se puede reaprender. Es una alternativa a la dicotomía entre luchar y huir. Es una tercera opción que en Aikido se llama fluir y que pretendo enseñar o mostrar a mis clientes.

Cetebreu: ¿Esa tercera opción es la creación de lo que llamas tercera inteligencia o campo relacional?

Gilligan: La idea es que nuestra conciencia y nuestra inteligencia incluye mucho más que nuestra «sabiduría» individual. Nuestra cultura, nuestros sistemas de pertenencia: la familia, las creencias religiosas, etc. son un «campo» que nutre nuestra mente inconsciente. Eso es una inteligencia mucho mayor que la nuestra propia, que proviene de nuestros ancestros, del mundo que nos rodea. Jung lo llamó inconsciente colectivo, pero recibe diferentes nombres en todas las culturas: recibe el nombre de «inocencia», de «justicia», «trance», en el ámbito del rendimiento deportivo se le conoce como «zona»…en las religiones se le llama»Dios». En otras palabras, el campo es algo vivo que desea ayudarnos a ser más nosotros mismos. El «campo» no es una cosa, no puede ser concretado, cualquier acepción usada para definirlo no es más que un poema que apunta para definir una experiencia personal. A mi me gusta afirmar a las personas que me consultan que en el mundo existe una inteligencia mayor que la nuestra. Así defino el amor. El amor es un «campo» donde podemos manifestar esa ternura curativa. Está dentro de nosotros y alrededor nuestro, en nuestro entorno.

Cetebreu: ¿Propones entonces que tengamos amor al síntoma?

Gilligan: Exactamente, esa es la clave. No está mal un poco de eso para variar. Nuestro trabajo como terapeutas está ahí. En ese campo creado entre el terapeuta y la persona que padece, ahí pueden darse cita cosas increíbles.

Cetebreu: En los cuentos maravillosos, los cuentos de Hadas, se tiene conciencia de ese campo desde tiempos inmemoriales. El «Universo del todo es posible».

Gilligan: Claro, Jung se refiere a eso cuando nos hablaba de los arquetipos como manifestaciones del inconsciente colectivo. También Erickson, el famoso hipnoterapeuta con quién tuve la oportunidad de aprender creía eso.

Él decía: «El cliente tiene todos los recursos, nosotros los terapeutas, sólo creamos un espacio donde nuestro paciente puede hacer el trabajo». Creo que no hay mejor definición de lo que quiero explicar. Generamos la posibilidad de crear ese lugar donde la persona puede hacer el trabajo.

En Oriente, están más habituados a ese concepto de permitir esa posibilidad, en cambio en Occidente el individualismo lleva a la persona a sufrir sola. A sufrir menos eficazmente. En cierta ocasión un religioso me decía: «No he elegido mi camino para sufrir más que los demás, sino para hacerlo más eficazmente». Hemos olvidado que el contacto con otros es curativo.

Cetebreu: Pero…¿Cómo se hace?…

Gilligan: Hay que aprender a aplicar las ideas principales. Tres principios que se entrelazan: El primero es buscar una alianza con lo que está apareciendo (el síntoma) y darle cobijo. Apadrinarlo. El segundo principio es buscar el self complementario de eso. Lo que la persona que sufre olvidó o, sencillamente, no ve para así dar lugar a el tercer principio, desarrollar una inteligencia relacional que pueda abarcar y mediar entre las otras dos. La meditación, el trance hipnótico y otras actividades de este tipo facilitan ese tipo de enfoque. Así se busca la alineación entre las tres inteligencias. Lo curativo es la integración entre ella. Hoy en día se conoce este estado como Flow, fluir. Algunos filósofos más tradicionales se refieren a ello como una experiencia numinosa.

Cetebreu: Para acabar Stephen ¿Cuál sería una respuesta soñada, para un pregunta ideal?

Gilligan: Amor. Amor, esa es la respuesta.

Libros publicados por Stephen Gilligan

En castellano:

Co-autor junto a Jeffrey Zeig:

Terapia Breve: Métodos, Mitos y Metáforas

Ed. Amorrortu (1990. Buenos Aires, Argentina)

en inglés:

Therapeutic Trances: The Cooperation Principle in Ericksonian Hypnotheraphy

Brunner/Mazel (1987. Nueva York, USA)

co-autor con R. Price:

Therapeutic Conversations

Norton (1993. Nueva York, USA)

En preparación en castellano:

El Coraje de Amar: Principios y Prácticas en la Psicoterapia de Relaciones del Self

Tu relación con la autoridad

Tu relación con la autoridad

Un antropólogo visitó una tribu y se fijó que el jefe daba a sus súbditos sólo las órdenes que podían cumplir. El investigador se lo hizo notar al gran jefe y éste le miró sorprendido diciéndole: ¡Pues claro! ¡Qué tipo de jefe sería yo si no hiciera esto!

Una de las cosas más desagradables que puede ocurrirnos es sentir que perdemos la autoridad o que tal vez no la hemos tenido nunca. La autoridad se relaciona con los méritos, es decir, con la idea de que merecemos orientar a otros. No es algo que nadie nos pueda otorgar, simplemente es algo que ganamos en nuestra vida a través de la experiencia y la capacidad de ser responsables y de cumplir con nuestros deberes. Ese aprendizaje es resultado de la tarea que hemos realizado en la vida junto a nuestros padres, nuestros educadores y la escuela.

¿Quién no se ha sentido incómodo alguna vez al imponer algo a los demás? ¿Por qué, en ocasiones, llevamos fatal que nos digan qué es lo que tenemos que hacer? Quizás tenemos la sensación de que nuestra libertad queda seriamente afectada cuando tenemos que respetar las reglas que la sociedad nos impone o tal vez tememos coartar la libertad del otro. Pero, ¿en qué momento aprendimos cuál era la manera correcta de actuar frente a la autoridad? ¿Cómo nos relacionamos con ella?

Enlace con la sociedad

En la infancia, nuestra familia y nuestros padres hacen la tarea de enlazarnos con la sociedad y el mundo que nos rodea. Es por ello que cada sistema familiar tiene unas normas y reglas que, desde su propia idiosincrasia, nos facilita la tarea de ser aceptados por el mundo y que nos permite encontrar nuestro lugar. La salud emocional de la familia es primordial para lograr este encaje. Las normas nos permiten coordinar nuestras propias acciones con las de otras personas. Cuando en un grupo todos seguimos las mismas normas, todo se hace más estable y nuestras decisiones y comportamientos en general son más predecibles por el resto del sistema. Obviamente, una de las funciones de la autoridad es la de conseguir que todos cumplan en la mayor medida. Desde esta perspectiva, la cuestión es ¿Cómo nos transmitieron esos mensajes y reglas que permiten este encaje? ¿De qué manera las entendimos? ¿Cómo nos sentimos con ellas y con las personas que nos las sugirieron?

Podemos decir que a grosso modo existen dos caminos en la educación, uno tiene que ver con «enseñar» al niño las cosas, la vieja idea del cuenco lleno de sabiduría que vierte el preciado tesoro en la vasija vacía del que aprende. El otro, el que cree que el aprendiz tiene la sabiduría en su interior y que requiere de un guía que le facilita la tarea de aflorarla al exterior. Nuestras figuras de autoridad podrían, pues, pertenecer a cualquiera de esas dos escuelas de vida. De cómo nuestros padres o nuestros referentes educativos transmitieron esos conceptos dependerá nuestra manera de sentir la autoridad, comprenderla, padecerla o ejercerla.

La evolución de las familias

Con el devenir de los años, hemos pasado de una organización familiar de tipo patriarcal a otra nuclear. No hace tanto que las familias eran más numerosas, y estaban organizadas en función de los adultos. En este tipo de organización familiar, solía ejercer la autoridad uno de los progenitores (normalmente el padre) y, cuando lo hacía, ésta era poco empática. Muchos de nosotros nos criamos en un ambiente así, donde el padre pasaba mucho tiempo trabajando y cuando estaba presente, ejercía un tipo severo o intransigente de autoridad.

En la actualidad, sin embargo, ha disminuido el número de componentes de la familia, hay muchas familias con hijos únicos y, en comparación con tiempos pasados, hoy en día casi toda la familia está volcada con el cuidado de los pequeños. Una especie de pirámide invertida, donde abuelos, tíos y, por supuesto, padres están al servicio de los niños. Se ha pasado a un modelo más permisivo de autoridad donde se rechaza cualquier cosa que nos recuerde al «autoritarismo» de antaño. Como todo en la vida, eso conlleva cosas buenas y otras no tan buenas, huir de la propia autoridad puede acabar generando múltiples problemas debido a que los chicos no toleran la disciplina y actúan conflictivamente cuando se intenta que se ciñan a límites y reglas.

¿Cómo nos llevamos con la autoridad?

En psicología suele aceptarse el hecho de que nuestro modo de convivir con la autoridad tiene que ver con los patrones que aprendimos en la infancia. Por supuesto, existen tantas maneras de relacionarse con las figuras de autoridad como personas hay en el mundo con lo que hay que ser muy prudentes a la hora de establecer «categorías». ¿Cuál es nuestro sentimiento frente al requerimiento de obedecer? ¿Nos sentimos manipulados por la culpa? ¿Nos enseñaron que si no hacíamos lo que nos pedían éramos malos o peores que otros? ¿Nos apremiaban con órdenes tajantes y «dictatoriales»? En nuestra consulta solemos ver sufrir a personas que en su infancia se sintieron maltratadas o despreciadas, también atendemos a personas a las que sus padres no les pusieron límites y sufren ahora frente a las dificultades que la vida les propone. Conocemos casos de personas que viven en guerra contra la autoridad y tienen problemas para mantener sus empleos, o relaciones íntimas donde el amor requiere de consenso y ellos sólo pueden proponer conflicto. ¿Qué aprendimos de nuestras familias? ¿Aprendimos que éramos dignos de confianza, o por el contrario, se nos mostró que no éramos de fiar y alguien tenía que llevar el control por nosotros? Muchas personas confiesan sentir temor y aislamiento u otros sentimientos limitantes frente a la autoridad. Otros tuvieron la suerte de sentir que las personas de su alrededor les hicieron sentir importantes y valiosos al tiempo que les ayudaban a desarrollar sus competencias en la vida. Para estas personas es probable que la autoridad no les suponga un mayor problema. Ahí radica la clave, mirarla a los ojos para hacerla humana. Sólo cuando podemos sentir de este modo a la autoridad, podemos ejercerla amorosamente y vivirla con congruencia.

Estilos de autoridad

La psicoterapeuta norteamericana Virginia Satir entrevistó a miles de familias, de su trabajo extrajo interesantes teorías acerca de cómo las familias se comunicaban. Estudió como los padres se dirigían a sus hijos y cómo les educaban. Describió cuatro estilos de comunicación basándose en la comunicación verbal y corporal de los elementos de la familia.

Analizando con detalle estos patrones universales podemos explicarlos así:

Estilo Acusador: es un patrón autoritario basado en el guión «Yo soy quién manda aquí» El acusador se considera mejor que los demás, y se comunica con tensión, su voz es dura. Podemos imaginarlo señalando al otro con el dedo. Se siente eficaz en base a la obediencia conseguida. Si fuimos educados en base a este modelo de familia, es probable que nos manejemos mal con personas autoritarias, tal vez evitemos la confrontación o, por el contrario, tal vez nos agrade la «batalla» y busquemos los conflictos. (Temor)
Estilo Aplacador: Su guión se basa en la idea «Sólo vivo para hacerte feliz». Usa un tono de voz congraciador, tratando de agradar al otro. Adopta una actitud de mártir y podemos imaginarlo arrodillado frente al otro. Las personas que recibieron mensajes de personas aplacadoras, pueden convertirse en pequeños tiranos. Seres que exigen cualquier capricho, puesto que siempre recibieron esas atenciones en su infancia. También podemos encontrar personas que se identifiquen con el estilo aplacador y que presenten baja autoestima al tiempo que aceptan el «maltrato» del otro sometiéndose a todo tipo de órdenes. (Culpa)
Estilo Calculador: Es la persona que lo racionaliza todo, su guión tiene que ver con la idea:»Si pienso lo suficiente, evitaré el dolor». Son personas que no demuestran sus emociones tal vez porque sienten miedo de ellas. Las personas que recibieron este tipo de autoridad pueden presentar un patrón de preocupación por ser «perfectos» y controlarlo todo. Tal vez busquen estar seguros al cien por cien de que las cosas saldrán como quieren y es posible que sientan una gran responsabilidad y miedo al fracaso. (Paranoia, envidia)
Estilo Distractor: Nunca están dónde tienen que estar, y sus palabras no tienen que ver con lo que está pasando. Tienen la sensación de no importar a nadie y viven acompañados de una gran soledad. Nada es seguro con el distractor, buscan divertir al otro con lo que un niño podría sentirse tan desorientado que no sabría qué hacer, ni cómo actuar frente a la vida. Sobretodo cuando ésta no es divertida y nos pone a prueba. Su guión es: «Lo importante es divertirse» (Desorientación)
Autoridad Niveladora

Frente a estos estilos poco eficientes de educación, Virginia Satir propuso un tipo de comunicación más congruente, a la que llamó Niveladora. Una familia nutricia se comunica de modo más empático y creativo que fomenta una autoestima elevada, una comunicación directa y clara, con reglas humanas, flexibles y susceptibles de ser cambiadas si es preciso. La comunicación niveladora facilita un enlace con la sociedad abierto y confiado. Esta autoridad depende de los aprendizajes que le proporciona la vida misma y de las actualizaciones que hace de esos nuevos conocimientos. Ejerce, por decirlo de alguna manera, un liderazgo creativo que se va reajustando a medida que los entornos cambian. Quizás todo esto parece difícil, si nuestras experiencias fueron dolorosas. La buena noticia, sin embargo, es que siempre existe la esperanza de que cambie tu vida, porque tienes la capacidad de aprender cosas nuevas.

Con ello pretendemos decir que tras años de experiencia en psicoterapia, nos damos cuenta de que ya no cabe seguir culpando a los padres, sin importar lo dolorosos que hayan sido sus actos. Consideramos que las personas adultas son responsables de aceptar las consecuencias de sus actos y de aprender a conducirse de otra manera. Para ello, el reto está servido, re-conectarse con la propia valía es una oportunidad que está presente toda nuestra vida. Nunca es tarde para empezar.

Empezar a recuperar nuestra propia autoridad.

El verso XVIII del Tao Te Ching empieza así:

Cuando la grandeza del Tao está presente,

Los actos surgen del corazón.

Cuando la grandeza del tao está ausente,

Los actos provienen de las normas,

La autoridad y la justicia.

Tal vez la propuesta puede ser radical, pero se basa en la idea de que las personas necesitan amarse a si mismas para poder fomentar la autoestima en el otro, y ello aún es más importante cuando hablamos de educar. Cuando nuestro deseo es el de ayudar a otro ser humano a crecer.

Esta autoridad niveladora encuentra una manera de sostener la confrontación entre enseñar y permitir aprender. Como en el cuento sufí, no necesitamos elegir entre la bella princesa y la bruja malvada, podemos integrar esas dos polaridades de manera elegante. Quizás el verdadero camino se halla en algún lugar entre ambas opciones. Enseñar, y al tiempo facilitar el deseo exploratorio del niño permitiendo así que aprenda. Esto mismo nos sirve para ejercer una autoridad congruente con cualquier ser humano. El filósofo José Antonio Marina en su libro «La recuperación de la autoridad» pide a los padres que olvidemos el miedo a la ternura y la exigencia, es decir, si podemos exigir desde la ternura logramos algo tan maravilloso como poder unir algo que parece separado.

Quién vence a los demás es fuerte, quién se vence a si mismo es invencible.

Lao Tse (Tao te ching)

El padre del Taoísmo nos sugiere un camino interesante a recorrer. La idea de que la autoridad radica en el propio interior. Vencerse a si mismo para poder ser congruente entre nuestras peticiones y nuestros actos. O lo que es lo mismo «Hacer lo que se dice». Cualquier niño descubre fácilmente nuestras incongruencias señalándonoslas cuando queremos que haga una cosa que nosotros mismos no hacemos. Milton Erickson, legendario psicoterapeuta, solía pedir a sus pacientes que hicieran cosas que podían parecer inverosímiles para curarse. Cuando fue preguntado de porqué confiaba de que los clientes le harían caso, él señalaba: «¡Cómo no van a hacerlo, saben que hablo en serio!».

Liderazgo Nivelador

Siempre estamos a tiempo para reconectar con nuestra autoridad interna. Para ello es bueno empezar conectando con nuestro propio centro. Desde ahí proponemos algunas sugerencias para ejercer un liderazgo congruente y nivelador:

Ten claro lo que quieres, de este modo será más fácil transmitir tus deseos.
Las reglas son útiles y conviene añadirles la regla de oro: «¡Ojo, las reglas pueden mejorarse!»
Aprende a diferenciar lo que las personas hacen y lo que son. «Has tirado el agua» tiene que ver con el comportamiento y, en cambio «Eres un desastre!» afecta a la identidad del otro. Ese es un tipo de maldición que provoca mucho dolor a los demás.
Ofrece sugerencias alternativas de comportamiento: Casi siempre, después de una crítica, podemos sugerir a la persona qué hacer o cómo hacerlo mejor.
Si somos humanos, la ira y la impotencia nos vendrá a visitar. Una persona madura sabe reconocer estos sentimientos y los sitúa en el contexto adecuado. Es probable que tu impotencia no tenga que ver con lo que está pasando ahora. Si la ira nos invade a menudo, tal vez es un buen momento para dejarse ayudar por algún profesional.
Trabaja tu autoestima, frente a un abuso de autoridad es importante conocerse. Así podemos saber cómo, en ocasiones, participamos en mantener ese problema.
Aún cuando ejerces la autoridad, sigues siendo el mismo. Se puede seguir siendo buena persona aunque tomes decisiones que no gusten a los demás.
Recuerda perder el miedo a ser tierno y exigente. No hay que olvidar que, como Óscar Wilde solía decir: «A menudo, con las mejores intenciones se consiguen los peores efectos».

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