Liberarse del enfado

LIBERARSE DEL ENFADO

Todos, en algún momento, hemos podido presenciar la pataleta de un niño. Sucede alguna cosa y la criatura no se sale con la suya. En ese momento se avecinan nubarrones y, tras un par de segundos, se pone rojo, llora y se encoleriza. Observando esa escena, podemos percibir como actúa la emoción, cómo estalla dentro y fuera del crío. ¡Cuánto poder! ¡Da la impresión de que puede destruir el mundo entero! Sin embargo, es probable que tras unos pocos minutos, el niño se distraiga y cambie de estado, pasando de la tormenta a la calma. Los pequeños tienen la capacidad de salir de un enfado en pocos instantes, habilidad que con la edad, parece que los adultos vamos perdiendo. No es raro que los mayores encontremos ocasiones para permanecer en el enojo mucho más tiempo, sintiéndonos mal y repitiéndonos una y otra vez en nuestra mente las situaciones que nos hacen sentir desairados. Pareciera entonces que permanecer enfurecidos sea una pena que debemos arrastrar, una experiencia que los demás deben conocer o, aún peor, una condena que debemos disimular mientras intentamos mostrar nuestra mejor cara sintiéndonos encrespados por dentro. En algún lugar o en algún tiempo aprendimos a retener el enfado, a mantenerlo vivo como aquellas ascuas que al recibir un buen soplo de aire, renacen para seguir ardiendo con mayor viveza. La relación que las personas tenemos con el enfado no deja de ser consecuencia de cómo se gestionó esa emoción en nuestro pasado, en nuestra infancia, y de cómo las familias enmarcan ese tipo de emociones, cómo las toleran y como las encauzan. Lo que hacemos con esas emociones que nos visitan de vez en cuando son es una responsabilidad que tenemos para poder compartir nuestras vidas y nuestros sentimientos. Así pues, podemos mejorar nuestra relación con el enfado y descubrir sus peculiaridades para poder estar mejor, pues cabe recordar que por cada minuto que permanecemos disgustados, perdemos sesenta segundos de felicidad.

La energía del enfado

El enfado es algo muy humano, es una alteración de nuestro ánimo que sobreviene cuando nos falla algo que esperamos, o cuando las cosas no son como pensamos que deberían ser. Podemos mostrar esta emoción de muy diferentes maneras: rabia, hostilidad, agresión contra alguien o como silencio amenazante. La clave del enfado es que nos paraliza, no nos da opciones para actuar creativamente y nos sume en la frustración de querer que el mundo, las personas y las cosas no sean como son. Prestando atención a lo que nos ocurre cuando nos enfadamos es posible que nos demos cuenta de que la cólera es como un invasor que logra que nosotros nos vayamos mientras dejamos la situación a merced de esa especie de “alienígena”. Un torrente de energía se apodera de nosotros de una forma muy tosca, poco humana. Podemos admirar este tipo de naturaleza en una rabieta, pero también en la carcajada de un niño. Y podemos verla en su mejor versión en las celebraciones espontáneas o en la sexualidad intensa. Este tipo de energía puede ser horrible y sin embargo, puede ser también preciosa a condición de vibrar con ella. Hacer que el enfado se transforme en riqueza dependerá de cómo consigamos dotarlo de presencia humana, es decir, de aportarle comprensión y dirección, igual que el jinete experimentado puede lograr que su montura galope en la dirección que él desea pareciendo un único ser.

¿Para qué nos enfadamos?

¿Cuándo fue la última vez que nos desairamos? Es muy probable que todos tengamos alguna experiencia fresca en nuestra memoria, de modo que no resulta difícil preguntarnos ¿Qué pretendíamos conseguir con ello? Según la Programación Neuro Lingüística, todos los comportamientos tienen una intención positiva. Esto quiere decir que buscábamos alguna cosa con ese enfado. Muchos de nosotros nos enfadamos al pretender que alguien nos haga caso y, sin embargo, ¡qué pocas veces conseguimos nuestros deseos a través de ese enojo! Lo verdaderamente curioso del caso es que, cuando vemos que con nuestro enfado no conseguimos esa atención, solo se nos ocurre algo que probablemente no va a funcionar: enfadarnos aún más. Stephen Gilligan, precursor de la terapia de las relaciones del self y autor del libro “La Valentía de Amar” insiste en la idea de que buscamos a través de nuestros comportamientos tres “tesoros” básicos: Ser queridos, ser aceptados y ser reconocidos,  puesto que esos son los tres regalos que todo bebé debería recibir al nacer; el oro, el incienso y la mirra que todos necesitamos en nuestra infancia. Es por ello que no siempre preguntarse el por qué del enfado es algo útil. Puesto que tenemos muchas respuestas para esa pregunta y además nos resulta muy fácil encontrar justificaciones a nuestros comportamientos, quizás preguntarnos el para qué nos enfadamos nos proporcione mayor comprensión sobre lo que nos está pasando. ¿Queríamos que el otro nos diera la razón? Ése es un tipo de reconocimiento. Si lo que pretendíamos era que nos abrazaran o nos mimaran es probable que levantando la voz y tensando el cuerpo con un rostro en el que expresamos hostilidad no sea la mejor manera de conseguirlo. La respuesta habitual cuando uno es preguntado acerca del para qué se enojó es la siguiente: Me enfadé para desahogarme, para sentirme bien. Sin embargo, el desahogo es una manera de gestionar el estrés, y cuando un niño se estresa, por ejemplo, suele aliviarse con el abrazo de sus papás. El escritor escocés Robert Louis Stevenson, autor de novelas tan famosas como La Isla del Tesoro, pone en boca de su personaje, el Dr. Jeckyll la frase siguiente: “Abrázame cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo necesito”. Tal vez, nuestras explosiones de mal genio busquen ese abrazo primal que no siempre tuvimos y que tantas veces necesitamos.

Mantener el enojo

El psicoanalista francés Jacques Lacan dijo en alguna ocasión que toda emoción que dura más de cinco minutos es teatro. Lacan nos prevenía del malestar que nos generamos a nosotros mismos y a los demás cuando en lugar de vivir la emoción dejándola seguir su propio ciclo, empezamos a realizar cosas para gestionarla. Para poder asimilar una emoción como la ira o el enfado hacemos cosas, que lejos de ayudar contribuyen a mantenernos en un estado negativo. El místico hindú Osho afirma también que la ira no es un fenómeno duradero por su propia naturaleza. La creatividad humana es tan grande que existen innumerables maneras de mantener y empeorar un buen enfado. Reconocer cuál es nuestro estilo nos permite conocernos mejor y saber, en principio, que podemos dejar de hacer para permanecer tan irritados.
Algunas maneras eficaces para mantener nuestra desazón son:
1. Crear falsas y elevadas expectativas acerca de las personas. Es decir, “enamorarnos” de la gente a primera vista y esperar que cumplan todos nuestros deseos.
2. Alimentar nuestras creencias negativas sobre nosotros mismos y estar convencido de que los que opinan diferente piensan que somos estúpidos.
3. Dejar de mirar lo que ocurre en realidad para prestar atención a las películas que surgen en nuestra mente, imaginar todo lo malo que pueda ocurrir, o cómo las personas pueden descarriarse si no nos hacen caso.
4. Pretender no sentirlo. Nada peor para enfadarse de verdad que intentar no hacerlo. Aguantarse o armarse de paciencia casi nunca funciona con la cólera.
5. Ser tan bueno como para no poder disgustarte nunca, o su variante más común ser bien educado y evitar las situaciones de conflicto.  En esas ocasiones solemos perder el control cuando queremos mantenerlo a toda costa, sin acabar de tener en cuenta que, casi siempre, evitar los conflictos los aumenta con lo que garantizamos el consiguiente enojo.

Seguro que existen tantas maneras de perpetuar el enfado como personas hay en el mundo, de manera que no deberíamos sorprendernos demasiado cuando vemos a alguien montar en cólera. Al contrario, quizás podemos darnos cuenta de que, como humanos, todos podemos caer en el círculo del mal genio.

Un río fluye a través tuyo

El maestro de la meditación tibetano, Chögyam Trungpa, acuño el término “punto tierno” para describir el aspecto principal de la presencia humana de una persona. Existen otros nombres para este punto, podría llamarse “alma”, “esencia” o el “centro” de un ser humano. La idea básica de este concepto es que todos podemos conocer esta presencia humana fundamental a través de lo que llamamos sensación sentida.  Evaluamos lo que nos ocurre a través de una sensación cuerpo-mente y la presencia de ese punto tierno es crucial para “sanar” algunas emociones negativas. Cuando estamos enojados, nos quedamos atrapados en formas de pensar y actuar muy dolorosas, y desde este lugar resulta muy difícil resolver el malhumor. No obstante, este dolor que sentimos en nuestro enfado forma parte de un despertar que no debemos negligir. Los budistas dicen que la vida atraviesa este punto delicado y nos ayuda a contactar con la propia bondad y la del mundo y el intento de ignorar esta llamada genera sufrimiento. Cuando sufrimos así, la vida no fluye a través nuestro y nos contraemos, tanto psicológica como muscularmente. El reto es el de dar la bienvenida a estas emociones que nos bloquean para darles la oportunidad de ser escuchadas y comprender lo que la vida nos ofrece. Aprender a centrarnos, respirar y aflojar nuestro cuerpo suele resultar de gran ayuda, aunque ello no nos garantiza que resulte agradable lo que nos esté sucediendo. En realidad, el arrebato que sentimos no hace daño si nos permitimos sentirlo, de ese modo la marea desaparece en muy poco tiempo. Sólo cuando le ponemos murallas es cuando ese río no puede fluir, estancándose y manteniéndose ahí.  También es bueno saber que muchos de nuestros aprendizajes más valiosos surgen de las experiencias que nos duelen. ¿Qué hacer pues cuando sentimos que empezamos a enojarnos? Tal vez un buen inicio sea aceptar nuestro enfado, darle la bienvenida y quedarnos a observar mientras esa energía crece dentro de nosotros. Como cuando abrazamos con amor a un bebé estresado, sabiendo que todo pasará. Abrazar nuestro yo enfadado al tiempo que le decimos suavemente, ¡Bienvenido! ¿Duele? Está bien, toma tu tiempo para que pueda pasar. El hecho de que podemos dar amor a esa parte de nosotros que está herida es un recurso curativo. Una experiencia que, con el devenir del tiempo, sana al mal genio.

En un tuit: El mal carácter tiene cura

Ser iracundo o tener mal genio no parece que sea una condición hereditaria, más bien nos hallamos ante aprendizajes que obtenemos de nuestro entorno o nuestra falta de recursos para lidiar con nuestros incendios emocionales. Ofrecemos aquí algunas ideas sencillas para lidiar con el enfado:
1. No esperes demasiado de las personas, ten expectativas realistas sobre la gente y de ese modo evitarás sulfurarte a menudo.
2. ¿Quién ha dicho que las personas tienen que ser como nosotros? Tal vez ofrecemos demasiado y los demás no pueden estar a la altura de ello, de modo que establecer con quién vale la pena esforzarse es un aprendizaje que nos ahorrará decepciones y enfados.
3. El humor es un recurso tan bueno o incluso mejor que la paciencia. Es frecuente encorajinarse cuando uno intenta ser demasiado paciente, no tomarse tan en serio a uno mismo en determinadas situaciones nos mantiene alejados del mal genio.
4. Aprende a detectar cuando empiezas a enfadarte. El psiquiatra Allan Santos, autor del “Libro Grande de la PNL”, suele decir: “Hay que acabar con el Dragón cuando es pequeño”. Muchos enfados nacen días atrás, cuando olvidamos señalar algo que nos disgustaba en aquél momento.
5. Acepta que no eres “la alegría de la fiesta”, ser un poco malhumorado no es grave cuando uno es consciente de ello. Lo verdaderamente inaguantable para los demás es cuando, encima de tener mal humor, no te aceptas a ti mismo. Seguro que entonces, garantizas un mal trago a los demás mientras te conviertes en un cántaro de bilis.
En un tuit: Una hora de felicidad

Olvidar el propio deseo es una de las causas más habituales del enfado. Por eso es tan importante aprender a recuperar nuestros gozos olvidados, esas cosas que nos conectan con nuestra satisfacción. Cuando nos olvidamos de nosotros, vivimos la vida de los demás, acumulando malestar que con el tiempo se convierte en ira. En demasiadas ocasiones nuestros sofocos son resultado de postergar cosas que queremos. Volver a practicar un deporte que nos gustaba, aprender un idioma raro, bailar o expresarse artísticamente, pueden ser maneras de conectarse de nuevo. Cada persona puede encontrar un recurso diferente, la idea es tener al menos una hora de felicidad al día. ¿Podremos afrontar este reto?
Bibliografía recomendada

La Valentía de amar.
Stephen Gilligan. Ed. Rigden Gestalt

Emociones.
Osho. Ed. EDAF

El libro grande de la PNL.
Allan Santos. Ed. Rigden Gestalt

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