El arte de la empatía

El arte de la empatía

En cierta ocasión pudimos ver una escena de esas que suceden de vez en cuando en el parque infantil.  Mientras nuestros hijos jugaban, uno de los críos que andaba por allí cayó desde lo alto de un tobogán. Al levantarse del suelo, se dio cuenta de que la sangre manaba de sus labios y se asustó mucho, llorando desconsolado. Todos corrimos a acercarnos para socorrerlo, y mientras el pequeño aullaba, se hizo un coro en que todos decían a una: “¡No llores, no es nada!” “¡Sólo es un poco de sangre!” La mamá del pobre crío, lloraba también, mientras abrazándole le gritaba: “¡Ay, mi niño!”. Todos nos esforzamos en ayudar, y sin embargo nos quedó la sensación de que tal vez no habíamos acompañado bien esa experiencia. ¿Le resultamos útiles para calmar su dolor? ¿Fuimos capaces de hacerle saber que comprendíamos lo que  necesitaba?
Al hablar de empatía todos evocamos el concepto de sufrir, de sentir aquello que el otro siente. La propia etimología de la palabra nos remite al concepto griego de pathos o sufrimiento. No obstante, algunas personas empatizan demasiado, llegando a estar sufriendo por los demás en la totalidad del tiempo, mientras otros ni siquiera son capaces de percibir cuando el otro se siente vulnerable o feliz. La empatía saludable nos permite participar de los sentimientos de los que nos rodean y congratularnos o dolernos con ellos para poder vivir en armonía con el entorno.

«LA EMPATÍA SALUDABLE NOS PERMITE PARTICIPAR DE LOS SENTIMIENTOS DE LOS QUE NOS RODEAN»

 

Acompañar a los demás y hacerlo bien puede permitirnos mejorar sensiblemente la calidad de nuestras relaciones, redundando todo ello en una mayor sensación de plenitud y autoestima. Nadie puede vivir solo, aislado de los sentimientos de los demás pero, cuidado, nadie debería vivir inmerso eternamente en la turbulencia de la emocionalidad propia y ajena.
Cuando la empatía duele
En las relaciones humanas saber compartir los acontecimientos vitales,  las crisis, las alegrías y las experiencias dolorosas de los demás forma parte del arte del buen vivir, es por ello que hay que estar atento a lo que sucede a nuestro alrededor. Lo cierto es, sin embargo, que para mucha gente este tipo de sintonía se convierte en una pesada carga. Son personas que son incapaces de establecer separación entre lo que les ocurre a los otros y lo que les pasa a ellos mismos. Sufrir en demasía por un hijo puede impedirle un crecimiento sano y padecer a todas horas por una pareja,  un familiar o un amigo, no suele ser eficaz en la resolución de las dificultades sino que además puede hacernos sentir desgraciados e incompetentes. Muchas personas que padecen dolores crónicos y depresión suelen comentar que se pasan la vida padeciendo por los demás. Por supuesto, como ya hemos dicho antes, es importante preocuparse por los que nos importan pero hay que saber prevenir cuando nuestra capacidad de compartir las emociones excede lo saludable y lo útil. Una buena pregunta a realizarse cuando nos damos cuenta de que estamos empatizando en exceso es la siguiente ¿Está colaborando mi malestar a que el otro se sienta mejor?
Cuando por empatía sentimos la angustia por lo que le sucede al otro, solemos abordar la situación de diferentes maneras, en ocasiones sermoneamos a la persona sin demasiado éxito, en otras, actuamos directamente realizando acciones que nadie nos ha pedido. La psicoterapeuta y experta en Constelaciones Familiares, Marina Solsona suele decir, en una afortunada analogía, que cada persona carga con su propia cruz. Entendemos la empatía como pretender arrancársela de sus manos para llevarla nosotros, sin embargo, en muy pocas ocasiones se nos agradece el hecho y menudo la persona resulta ofendida por nuestro “empático” intento de ayuda. Nuestra propuesta, pues, no es dejar de preocuparnos y ayudar a quién queremos, sino aprender a hacerlo más de manera más sana.
Prestar atención
Es más fácil decirlo que hacerlo, pero la primera etapa de la empatía saludable empieza prestando atención a aquellos que nos importan. Poner nuestra agudeza sensorial al servicio de nuestro interlocutor puede ayudarnos mejor a comprenderlo sin invadir su experiencia. Tenemos el hábito de “traducir” aquello que observamos en el otro a nuestro propio idioma y extraemos conclusiones de lo que ocurre en base a nuestras experiencias, historias personales y expectativas. Si lo que queremos es empatizar, no hay nada peor que pretender que los demás vivan las cosas exactamente como nosotros y que consecuentemente actúen como nos parece correcto. Observar, escuchar y dejarse sentir es el paso previo a un buen acompañamiento;  interesarse por el otro, preguntándole y mostrando interés puede ayudarnos a formarnos una idea más clara de lo que anda ocurriendo en la persona que nos interesa. Si un consejo dado nunca es seguido, es un primer indicador de que no estamos siendo suficientemente empáticos o que lo estamos siendo demasiado.  Lo ideal sería un enfoque curioso, de “no saber”, que nos permita calibrar aquello que la persona está vivenciando. Cuando somos capaces de poner nuestra atención sin actuar precipitadamente y sin enjuiciar, podemos abrir la puerta a una conexión de confianza que nos conduzca a la empatía genuina.

«CUANDO SOMOS CAPACES DE PONER NUESTRA ATENCIÓN SIN ACTUAR PRECIPITADAMENTE Y SIN ENJUICIAR, PODEMOS ABRIR LA PUERTA A UNA CONEXIÓN DE CONFIANZA QUE NOS CONDUZCA A LA EMPATÍA GENUINA»

 

El simple hecho de ser mirado desde esa perspectiva hace que la persona se sienta validada sin sentirse juzgada lo que redunda en una mayor posibilidad de comprender al otro.
La comprensión
La empatía podría ser definida como “el arte de que el otro se sienta comprendido”, aunque su arte no se basa tanto en comprender como de ser capaz de enviar señales inequívocas de que podemos entender lo que le ocurre al otro. ¿Quién no tuvo, en la infancia la sensación de nuestros padres eran incapaces de demostrarnos que nos entendían? Nos sentíamos frustrados y tal vez decíamos –No me quieren, no me entienden- por cosas que seguramente ellos habían vivido también.
Este es el sentido de la empatía, el de conectar con la experiencia de quién nos importa para poder crear un campo de comprensión entre ambos que le permita al otro encontrar la fórmula de cómo gestionar lo que le acontece. Poder admirar la cruz del ajeno para ofrecer un reconocimiento al que discurre con tan pesada carga. Esa, sin duda, puede ser una eficaz manera de ser empático.
Ponerse en segunda
En cada situación existen, por lo menos, tres posiciones de percepción. La primera hace referencia a mí mismo. ¿Cómo percibo lo que pasa? ¿Qué pienso sobre ello? La segunda posición, por otro lado, se refiere a cómo el otro vivencia la experiencia ¿Cómo es esta situación si soy el otro? En una tercera posición visualizamos como observadores lo que está ocurriendo. No es raro estar anclados a esa primera posición y cotejar la realidad desde nuestro punto de vista, es ahí donde puede resultar enriquecedor ponerse en segunda. En una discusión,  sería ser capaz de enfundarse en el papel del otro para experimentar la situación desde ahí. La empatía es una manera emocionalmente inteligente de usar este cambio de perspectiva. La asertividad, en cambio, es la capacidad de ponernos en la primera posición, es decir, volver a nuestro propio lugar. Una persona que domina la habilidad de colocarse en “la piel del otro” puede facilitar anticiparse a lo que el otro va a sentir y ser de gran ayuda en momentos de dificultad.

«LA PERSONA QUE DOMINA LA HABILIDAD DE PONERSE EN LA PIEL DEL OTRO PUEDE FACILITAR ANTICIPARSE A LO QUE EL OTRO VA A SENTIR»

También en los momentos de alegría y felicidad, poder experimentar la posición del otro nos garantiza acompañar la experiencia de manera más rica. No hace mucho, la pediatra que atendía a nuestro hijo le advertía, “la inyección duele, pero me parece que llorarás sólo un poquito” logrando que el pequeño soportara el pinchazo estoicamente y sin derramar una sola lágrima. En estos casos, ratificar la experiencia del otro permite dar lugar a un buen acompañamiento que facilite cualquier acción posterior. El mensaje es, a diferentes niveles, entiendo lo que pasa y valido cómo te sientes. Está bien sentirse así.
La empatía útil
Este es el punto crucial. Cuando nuestra angustia no mejora el estado del otro, ni tan siquiera permite al otro sentirse como se siente, es cuando hay que dar paso a la empatía útil. En una ocasión visitamos a una enfermera que había perdido un bebé recién nacido. Estaba muy deprimida y lloraba tristemente. Como tenía dos hijos más, uno de cuatro años y otra de dos, todo el mundo intentaba animarla. Le preguntaban cómo estaba y luego la aconsejaban –tienes otros dos hijos por los que deberías estar contenta y tirar adelante- le decían. Ese es un ejemplo poco eficiente de empatía. Si prestamos atención al otro, cabe darse cuenta de que la tristeza y la rabia son reacciones naturales en un caso así. Poniéndonos en segunda, probablemente nos demos cuenta de que el hecho de tener hijos no te restituye la pérdida del hijo que murió. La verdadera empatía nace con la idea de que la persona que sufre se sabe validada en su experiencia, de modo que decirle: “¿Cómo no vas a estar mal? ¿Qué saben ellos?” era una manera de expresar que comprendíamos lo que pasaba. Entre sollozos dijo: “No me han dejado llorarlo”. Poder hablar de ello nos permitió, con el tiempo, crear un ritual para ayudarla a seguir adelante al tiempo que podía despedirse de su bebé.
Esa es la base de la empatía útil, poder mirar  a la persona como a esa criatura que siente dolor y hacerle saber que, simplemente, está bien sentirse así.
En un tuit 1
Huir del consejo bienintencionado. El consejo suele pertenecer a nuestro modelo de mundo. En ocasiones nos angustiamos tanto con lo que le ocurre al otro que nos precipitamos. Recordemos que si la persona pudiera hacer de inmediato lo que le pedimos, no tendría los problemas que tiene. Ser paciente con los demás y respetar sus tiempos es un camino real hacia la empatía.
En un tuit 2
Practicar las diferentes posiciones de percepción. Practiquemos un par de veces por semana la siguiente propuesta: ¿Cómo sería mi vida si fuera él/ella? Es un ejercicio que no debe durar más que unos segundos. Por ejemplo, si tu hija se muerde las uñas, pregúntate ¿Cómo sería morderme las uñas? ¿Qué tiene eso de gustoso? Por el contrario, si has detectado que sueles “empatizar” demasiado, practica la propuesta siguiente, pregúntate: ¿Me sienta bien esto que pasa? ¿A quién se lo tengo que decir?

 

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